Claves para evitar accidentes en el agua

Noticias de Ciencia/Salud: Domingo 13 de diciembre de 2009 Publicado en edición impresa
Para disfrutar sin riesgo de las piletas y los deportes acuáticos
Pediatras elaboraron un documento para prevenir el ahogamiento, que es la segunda causa de muerte en menores de 15 años
Fabiola Czubaj
LA NACION
El calor ya invita a zambullirse en la pileta o a preparar el kayak o la moto acuática para disfrutar del río o del mar. Por eso es muy oportuno tomar algunas precauciones con los chicos y los adolescentes para evitar los accidentes.
Pero ¿cuál es el mejor chaleco salvavidas? ¿Hay que usar casco para andar en moto de agua? ¿Sirve la matronatación para aprender a nadar? ¿Cuándo se considera segura una pileta? ¿Conviene zambullirse en un espejo de agua? ¿Cuándo es seguro llevar un bebe a bordo?
Las respuestas, elaboradas por un grupo de pediatras especializados en prevención de accidentes, ayudan a evitar el ahogamiento, la segunda causa de muerte en los menores de 15 años. "La «noción del peligro», que es un conjunto de percepciones y aprendizajes que resguardan la integridad física, se adquiere a alrededor de los 4 años", precisan los autores del Consenso Nacional de Prevención del Ahogamiento de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP).
Esa es la mejor edad para empezar con las clases de natación, que suelen ser más efectivas cuando están a cargo de un profesor y no de un familiar. El contacto previo con el agua, como ocurre con la matronatación, "sirve para que el chico tome confianza con el agua y que aprenda a disfrutar y a respetar el agua, pero no para que aprenda a nadar ni a mantenerse a flote; además, puede generar en los padres una falsa sensación de seguridad. Con la primera bocanada de agua que traga un chico, ya no puede gritar ni pedir ayuda", explicó el doctor Carlos Nasta, presidente de la Subcomisión de Prevención de Accidentes de la SAP y redactor del documento.
Junto con él, 38 pediatras revisaron todas las normas nacionales e internacionales para prevenir los factores de riesgo asociados con las actividades en el agua de chicos y de adolescentes. El trabajo reveló una gran desorganización de esas normas. "Existe una gran desinformación y una gran dispersión de la información, que también es ambigua, contradictoria o deformada. Esto es apenas un puntapié fundacional a un documento serio y ordenado."
El chaleco, incluido para los menores de 4 años, se debe comprar según el peso y no la edad de los chicos. Debe mantenerlos a flote, con la cabeza fuera del agua; tener una abertura en el frente, con tres broches de seguridad como mínimo y una correa no extensible, que una la parte delantera y trasera por la ingle con un broche.
Los expertos desaconsejan el uso de brazaletes inflables, colchonetas, cámaras de automóvil o los salvavidas anulares clásicos de las embarcaciones porque "no ofrecen ninguna garantía", ni siquiera en una pileta segura.
En los arroyos, los ríos, las lagunas o el mar, la turbidez, los pozos de agua y la contracorriente actúan como "trampas" para los chicos, ya que facilitan el desplazamiento del cuerpo al sumergirse e impiden reconocer rápidamente signos de agotamiento. Para ingresar en un espejo de aguas oscuras, recién a partir de los 8 o 10 años, un chico debe hacerlo caminado lentamente y de la mano de un adulto. La primera inmersión es conveniente hacerla con zapatillas livianas para evitar lesiones.

Edades adecuadas para navegar
El consenso recomienda no llevar a pequeños de hasta 2 años a bordo de embarcaciones de remo (kayaks, canoas, piraguas o botes), con motor fuera de borda (gomones, motos de agua o lanchas pescadoras) o con velas. A partir de los 2 años, pueden hacerlo, pero con chaleco y junto con un adulto que sepa nadar.
El uso del optimist está permitido a partir de los 8 años, con vigilancia; el kayak y la piragua, desde los 10 años con curso de entrenamiento y chaleco; las motos de agua, a partir de los 16 años, a baja velocidad y con el chaleco puesto. "El uso del casco es polémico -se lee en el documento, que se puede conseguir en la SAP-. Sus ventajas ante un vuelco en el agua son obvias. Su desventaja sería la sofocación por la correa de seguridad y el ahogamiento al llenarse de agua."
Siempre, los expertos recomiendan que el responsable de supervisar las actividades en el agua no se distraiga, tenga visión directa de los chicos y conozca las maniobras de reanimación cardiopulmonar (RCP), que evitan la muerte inminente.

CHICOS ROCIADOS CON PESTICIDAS TRABAJAN COMO BANDERAS HUMANAS.

Quien sabe que se comete un crimen y no lo denuncia es un cómplice

José Martí

El 'mosquito' es una máquina que vuela bajo y 'riega' una nube de plaguicida.

'A veces me agarra dolor de cabeza en el medio del campo. Yo siempre llevo remera con cuello alto para taparme la cara y la cabeza'.
Gentileza de Arturo Avellaneda arturavellaneda@ msn.com


LOS NIÑOS FUMIGADOS DE LA SOJA

Argentina / Norte de la provincia de Santa Fe

Diario La Capital

Las Petacas, Santa Fe, 29 septiembre 2006

El viejo territorio de La Forestal, la empresa inglesa que arrasó con el quebracho colorado, embolsó millones de libras esterlinas en ganancias, convirtió bosques en desiertos, abandonó decenas de pueblos en el agujero negro de la desocupación y gozó de la complicidad de administraciones nacionales, provinciales y regionales durante más de ochenta años.
Las Petacas se llama el exacto escenario del segundo estado argentino donde los pibes son usados como señales para fumigar.
Chicos que serán rociados con herbicidas y pesticidas mientras trabajan como postes, como banderas humanas y luego serán reemplazados por otros.
'Primero se comienza a fumigar en las esquinas, lo que se llama 'esquinero'.
Después, hay que contar 24 pasos hacia un costado desde el último lugar donde pasó el 'mosquito', desde el punto del medio de la máquina y pararse allí', dice uno de los pibes entre los catorce y dieciséis años de edad.
El 'mosquito' es una máquina que vuela bajo y 'riega' una nube de plaguicida.
Para que el conductor sepa dónde tiene que fumigar, los productores agropecuarios de la zona encontraron una solución económica: chicos de menos de 16 años, se paran con una bandera en el sitio a fumigar..
Los rocían con 'Randap' y a veces '2-4 D' (herbicidas usados sobre todo para cultivar soja). También tiran insecticidas y mata yuyos.
Tienen un olor fuertísimo.

'A veces también ayudamos a cargar el tanque. Cuando hay viento en contra nos da la nube y nos moja toda la cara', describe el niño señal, el pibe que será contaminado, el número que apenas alguien tendrá en cuenta para un módico presupuesto de inversiones en el norte santafesino.
No hay protección de ningún tipo.
Y cuando señalan el campo para que pase el mosquito cobran entre veinte y veinticinco centavos la hectárea y cincuenta centavos cuando el plaguicida se esparce desde un tractor que 'va más lerdo', dice uno de los chicos.
'Con el 'mosquito' hacen 100 o 150 hectáreas por día. Se trabaja con dos banderilleros, uno para la ida y otro para la vuelta. Trabajamos desde que sale el sol hasta la nochecita. A veces nos dan de comer ahí y otras nos traen a casa, depende del productor', agregan los entrevistados.
Uno de los chicos dice que sabe que esos líquidos le puede hacer mal: 'Que tengamos cáncer', ejemplifica. 'Hace tres o cuatro años que trabajamos en esto. En los tiempos de calor hay que aguantárselo al rayo del sol y encima el olor de ese líquido te revienta la cabeza.
A veces me agarra dolor de cabeza en el medio del campo. Yo siempre llevo remera con cuello alto para taparme la cara y la cabeza', dicen las voces de los pibes envenenados.
-Nos buscan dos productores.
Cada uno tiene su gente, pero algunos no porque usan banderillero satelital.
Hacemos un descanso al mediodía y caminamos 200 hectáreas por día.
No nos cansamos mucho porque estamos acostumbrados.
A mí me dolía la cabeza y temblaba todo. Fui al médico y me dijo que era por el trabajo que hacía, que estaba enfermo por eso', remarcan los niños.
El padre de los pibes ya no puede acompañar a sus hijos. No soporta más las hinchazones del estómago, contó. 'No tenemos otra opción. Necesitamos hacer cualquier trabajo', dice el papá cuando intenta explicar por qué sus hijos se exponen a semejante asesinato en etapas.
La Agrupación de Vecinos Autoconvocados de Las Petacas y la Fundación para la Defensa del Ambiente habían emplazado al presidente comunal Miguel Ángel Battistelli para que elabore un programa de erradicación de actividades contaminantes relacionadas con las explotaciones agropecuarias y el uso de agroquímicos.
No hubo avances.
Los pibes siguen de banderas.
Es en Las Petacas, norte profundo santafesino, donde todavía siguen vivas las garras de los continuadores de La Forestal.
Fuente: Diario La Capital, Rosario, Argentina

martes, 11 de enero de 2011

María Elena Walsh por María Elena Walsh

Recordamos las palabras de la escritora en diálogos con La Nación , que abarcan tanto sus comienzos en la poesía como el estado de la cultura en nuestro país
Lunes 10 de enero de 2011 | 13:28 (actualizado a las 15:17)




Día triste para la cultura. La escritora, poetisa y compositora María Elena Walsh falleció hoy a los 80 años, luego de una prolongada internación.

Desde lanacion.com, recordamos las declaraciones de la artista, que van desde sus comienzos en la literatura hasta su visión de la juventud:

Su infancia. "Fue una infancia feliz y muy rica. También había enormes peleas, porque yo tenía un montón de hermanos con los que podía canalizar todas las agresividades, las bromas..."

Sus inicios en la literatura. "Mientras estudiaba Bellas Artes, dibujaba y pintaba, pero después eso no se transformó en creación. En cambio, la música quedó muy profundamente y tiene mucho que ver ese comienzo con lo que hice después: ligar las palabras con la música. Yo consumía mucho versito, mucha nursery rhyme en inglés. No creo que me contaran cuentos, pero vale una cosa por la otra".

La poesía y la canción, de la mano. "La poesía, como género, es algo que se ejerce en total libertad. De ideas, de forma, de sensaciones, de hermetismo. En cambio, una canción tiene que ser más sencilla, más directa. Por eso digo que me pareció maravilloso llevar ese oficio a la canción, un género menos complicado en cuanto a su carga de profundidad".

El punto clave de su vida. "Hay uno que yo llevo desde mi nacimiento: la preocupación política. En mí pesó mucho toda esa parte tétrica del siglo: la Guerra española, la Guerra Mundial, el régimen soviético, tan adorado por los intelectuales que ahora lo niegan. Fue una carga permanente. Y después, al terminar el siglo, la desilusión total. Durante un largo momento juvenil, pensé: "Bueno, esto tiene que cambiar. Ya más gente no se puede matar, ya no puede durar mucho la desigualdad social, va a venir una sociedad un poco más pareja".

El contacto con sus lectores. "Es más difícil en la medida en que el público se hace más numeroso. Me ha pasado en la Feria del Libro, como en algunos lugares del interior, de hacer una charla y siempre me da un poco de nerviosismo. Estoy acostumbrada, pero mirar cara a cara a los lectores siempre tiene sus aristas".

Sobre su manera sincera de opinar. "Yo creo que la opinión es lo de menos. Lo de más es el sufrimiento que las cosas que pasan nos ocasionan. Porque no estoy sola en este estado de decepción. Entonces, más grave es lo que sentimos muy profundamente. Podríamos no interesarnos, pero, no sé, es una característica mía estar pendiente de todo cuanto sucede, como es lógico, y más cuando está encaminado a perjudicarnos masivamente.".

Su capacidad de síntesis poética. " Ocurre que para llegar a esa concisión uno necesita haber vivido y trabajado muchos años. No es fácil ser conciso. Lleva media hora y toda la vida, como dijo Picasso, con perdón de la comparancia. Entonces uno llega a esa síntesis, porque se puede decir lo mismo dando muchas vueltas, con un discurso más prudente, más político...".

La cultura en nuestro país. "Yo creo que a la gente de la cultura no la para nadie. Todos seguimos haciendo cosas. De manera más dificultosa, perdiendo muchas energías. Pero no nos para nadie, como no nos paró tampoco la censura, que impidió el contacto con el público, pero no la producción".

La juventud. "Yo noto una gran diferencia en la nueva generación, que es menos maltratante que las anteriores. Estos jóvenes que trabajan en los negocios, en los bares, me parece que son, en general, más amables, que tienen otro tono, que nadie les enseñó a prepotear. Y a veces si te tratan mal es porque les falta autoridad, les falta un jefe que les dé normas".

Todo sobre María Elena Walsh en lanacion.com Descubriendo el país de Nomeacuerdo, espectáculo creado a partir de las canciones de María Elena Walsh / Serenata para María Elena Walsh / La vigencia de María Elena Walsh/ María Elena Walsh: un clásico que venció el paso del tiempo / Distinguen a María Elena Walsh / Cálida mirada sobre María Elena Walsh / Manuelita: en viaje de Pehuajó al cine / María Elena Walsh lee bien el fútbol / Un viaje al mundo de María Elena Walsh /



La vigencia de María Elena Walsh
Domingo 31 de enero de 2010 | Publicado en edición impresa


Si de cuentos clásicos nacionales hablamos, la primera autora que todos los entrevistados por LA NACION mencionaron fue María Elena Walsh, que mañana cumple 80 años y marcó para siempre a la literatura infantil argentina con sus personajes -su tortuga Manuelita llegó al cine- y los mundos fantásticos que construyó en los relatos y canciones.

"De por sí, está instalada en el inconsciente colectivo y siempre viene a pedirnos sus libros", comentó Hernán Moreno, encargado de la librería Cúspide de la avenida Santa Fe al 1800. "Se llevan sus cuentos sin dudarlo, si uno se los ofrece", contó otro librero de la zona de Caballito.

El regreso de Petete
Otro de los autores nacionales presentes en las librerías es Manuel García Ferré, sobre todo últimamente con la edición de El Libro Gordo de Petete ($ 129), sobre la base del clásico personaje curioso creado en los 70 para la televisión.

"Es algo nuevo; nunca antes había salido el libro. Los chicos no lo conocen; sí los padres; por eso son ellos los que lo compran y se los regalan a sus hijos", aseveró el Jorge González, director comercial de grupo Ilhsa, quien comentó que en dos meses vendieron 1200 ejemplares de la enciclopedia que busca responder preguntas.

Por el bicentenario
Distinguen a María Elena Walsh
Miércoles 9 de setiembre de 2009 | Publicado en edición impresa


La escritora, autora e intérprete María Elena Walsh recibió ayer, en su casa, la medalla del Bicentenario, la segunda de las 200 distinciones que se entregarán a distintos ciudadanos e instituciones por su contribución a la sociedad.

El premio fue instituido por el programa Puertas del Bicentenario del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, que coordina Carlos Ares. Consta de una medalla diseñada por el artista Antonio Pujía, y el primero en recibirla fue Quino, el autor de Mafalda.

"En su vida, María Elena ha demostrado una gran calidez, decencia y honestidad. Nosotros nos reconocemos en ella, y es una de esas personalidades que nos demuestran que somos mejores que la vida que llevamos", expresó Ares, al entregarle la distinción a la escritora en su casa.

Walsh incursionó en diversos géneros: folklore (tuvo un dúo con Leda Valladares en los años 50), música y libros para chicos ( El reino del revés , Manuelita , Canciones para mirar ) y, más tarde, composiciones para adultos ( Como la cigarra , Serenata para la tierra de uno ); escribió poemas, ensayos, guiones para cine y TV, y memorias. Algunos de sus libros son Desventuras en el País-Jardín de infantes , Novios de antaño y Fantasmas en el parque .

Durante la ceremonia privada, Ares afirmó que "las medallas son como una luz que encendemos para recordarnos, en medio de las dudas e incertidumbres, que hay personas e instituciones que nos inspiran a llevar una vida mejor".

María Elena Walsh: un clásico que venció el paso del tiempo
Viernes 24 de octubre de 2008 | 21:26


Por Susana Reinoso
De la Redacción de LA NACION


Con la presentación de sus obras de teatro Canciones para mirar y Doña Disparate y Bambuco, y el anticipo de su novela-autobiografía Fantasmas en el parque (Alfaguara), que el viernes de la semana próxima estará en las librerías, María Elena Walsh reapareció ayer, al mediodía, durante un reconocimiento público. Y compartió su emoción con invitados especiales en el Circolo Italiano.

Entre los asistentes estuvieron el presidente de la Academia Argentina de Letras, Pedro Luis Barcia, que habló en el acto; la legisladora María Eugenia Estenssoro; la escritora Ana María Shua; la pintora Silvina Benguria, el escritor español Juan Cruz y su esposa Pilar, y la flamante corresponsal de El País, de Madrid, Soledad Gallego Díaz; la fotógrafa Sara Facio, que llegó con la autora de la inolvidable tortuga Manuelita; la actriz Lydia Lamaison; el poeta Antonio Requeni, periodistas e intelectuales.

María Elena Walsh, en silla de ruedas, procuró contener su emoción durante todo el acto, que contó con la presentación del periodista Carlos Ulanovsky, el escritor Leopoldo Brizuela y la editora de Santillana, Herminia Mérega. Pero cuando el artista Jairo cantó, conmovedoramente, "El valle y el volcán", la célebre escritora argentina enjugó sus lágrimas. Luego, reconoció que Jairo siempre la emociona.

Con una voz que el tiempo no doblega, el cantautor cordobés entonó la letra escrita por María Elena Walsh: "Para correr hacia el mar vistiéndonos de sol/ Para tener y prestar niñez del corazón/ Para jugar a inventar el mundo de la flor/ somos dos, somos dos".

Ulanosvky revisitó la biografía de la autora de y recordó que publicó Otoño imperdonable con sus propios ahorros, en 1947. Recorrió sus años en París y en Madrid, su lucha contra el cáncer óseo, y puso de relieve que, desde el advenimiento de la democracia, María Elena se convirtió en "una figura sustancial de la civilidad". Luego de subrayar que "ella nos lleva de la mano por territorios de fantasía, imaginación y poesía", el periodista dijo que "muchos políticos deberían jurar por esa clase de felicidad que María Elena nos da, en lugar de hacerlo por los santos evangelios".

Brizuela, emocionado, se refirió a la obra de la escritora. Y dijo que Fantasmas en el parque es "fuente de enormes sorpresas, y dijo que uno no puede imaginar la propia cultura sin María Elena Walsh, porque ella siempre ha estado ahí. Poeta brillante, dramaturga de avanzada, compositora aguda y artista de varieté, fueron las facetas que Brizuela destacó en la escritora.

Herminia Mérega compartió conlos presentes que María Elena Walsh es ya una autora de más de un millón de ejemplares vendidos con el sello Alfaguara y que su obra se reimprime permanentemente.

Barcia, con su agudo sentido del humor, destacó que en la obra de Walsh, dedicada a los niños, "no hay moralina, ni puerilidad, ni didactismo, ni ñoñería. Nunca trató a un niño como a un diferenciado mental ni a un enano. Los trató en su plenitud humana y reclamó para la infancia el derecho a la imaginación, que debería ser constitucional".

Cuando Ulanovsky la invitó a hablar, María Elena Walsh dijo que sólo había concurrido para recibir piropos. Y dijo sentirse muy feliz. En un video, preparado para la ocasión, Pablo de Santis, Magdalena Ruiz Guiñazú y Susana Rinaldi ponderaron las cualidades de una escritora que tiene a estas alturas la dimensión de un clásico.

Uno de sus méritos más destacados es que sus canciones y sus libros atraviesan a varias generaciones de argentinos. De Santis dijo que Walsh es "una figura de unión entre el mundo de la infancia y el de los adultos". Y que María Elena es de las escritoras que, además de admirarse, se quieren. Magdalena dijo: "Infinitas gracias por hacer felices a infinitas generaciones". Y Rinaldi subrayó que "María Elena es la persona más vavliente, neta y clara que conocí". Hubo luego imágenes de la autora con Serrat, Sabato, Benedetti y momentos de su juventud grabados en fotos que resisten el paso de los años.

Fantasmas sin tiempo
El libro que saldrá la semana próxima es una original mixtura de novela y autobiografía, en la que aparecen personas conocidas por la autora, libros leídos, amigos, maestros, lugares visitados. Y con la lucidez y la ironía que constituyen dos de sus señas más reconocibles, María Elena Walsh instala la vida en el Parque Las Heras, ese espacio verde inabarcable que reemplazó a la antigua Penitenciaría, donde transcurren personajes reales y fantasmagóricos, entre los que podemos reconocernos.


En el país de María Elena
La Nacion y la editorial Alfaguara relanzarán toda la obra infantil de María Elena Walsh. Aquí la autora habla de su vida, su infancia y el complicado idilio que mantiene con el público adulto

Domingo 31 de julio de 2005 | Publicado en edición impresa


–La ternura es un invento, querida.

Sobre la tacita inglesa, sobre el vapor medido del té verde, la que para muchos es la inventora nacional de la ternura dice que la ternura es un invento.

–Un invento moderno.

María Elena Walsh tiene, de su propia infancia transcurrida a lomo de los vagones del Ferrocarril del Oeste gracias al trabajo de su padre, una rémora: algunos muebles de su casa actual se disponen paralelos a las ventanas, como suele hacerse en los vagones de tren. No hay en el living mesas en óvalo sedoso, ni banquetitas en círculos blandengues, ni sillitas al bies. Todo es cuadrado y serio y funcional en este piso alto de Palermo.

–Cuando yo era chica, la relación con los adultos era una relación normal, buena pero distante, porque la ternura no se usaba. La ternura es un invento bastante moderno, de los psicólogos. Ahora la gente se toca, se abraza. Antes no existía esto. Las madres no sabían cómo ser tiernas porque tenían que mantener la distancia para no ablandar el carácter de las hijas, no mimarlas demasiado. Yo tenía con mi mamá buena relación, con distancia.

María Elena Walsh nació en 1930 en Ramos Mejía. Su padre, descendiente de ingleses e irlandeses, viudo, 50 años, padre de cuatro hijos ya adultos, estaba casado en segundas nupcias con su madre. El matrimonio Walsh tuvo dos hijas. Una de ellas fue Susana. La otra, ese escándalo tímido llamado María Elena, una insurrecta por naturaleza –sumisa por disimulo– que a los 13 plantó bandera, marchó a la Capital para estudiar el secundario en Bellas Artes y desde entonces todo en su vida fue precoz.

Dolores de crecimiento
Tuvo una infancia ilustrada, rodeada de libros y de cine. El amor a la lectura la llevaba a hundir los dedos en las aguas contagiosas de los cuentos de hadas, de Las mil y una noches.

–En mi casa había un ambiente de clase media ilustrada. Gente con sensibilidad hacia el arte, la lectura, la música. Ese es un privilewgio de cuna muy grande. Es como heredar una fortuna.

Gastó los ahorros de una vida más bien corta editando su primer libro de poemas llamado Otoño imperdonable, pletórico de exquisito dolor adolescente, en 1947, el mismo año de la muerte de su padre: ¨¡Qué de campanas en la sangre siento/ cada vez que me olvido de la muerte!/ Pero sucede que ella no me olvida", decían esos versos.

–No lo pasé bien en la adolescencia. Es una edad complicada. No me pasaba nada en especial, pero es una edad muy difícil. Y además yo tengo una tendencia melancólica, de pensar en la muerte. Eso solía ser muy de los adolescentes. Ahora se drogan, entonces esas ideas están simuladas. Pero en mi época era en seco, nomás.

En su época, dice, muchas cosas eran otra cosa.

–El manoseo de los hombres en la calle, por ejemplo. Era habitual, y de eso no se habla. Una se sentía una cosa digna de ser manoseada. Una vez denuncié a un tipo en la 17. Lo dejaron una noche preso. Pero llegué a mi casa y mi madre estaba espantada, porque habían estado averiguando qué tipo de chica era yo. Si era una cualquiera, no era tan grave lo que había hecho el tipo. Y ese concepto sigue mucho todavía: si era una atorranta, se lo buscó.

A los 17 años, a pesar de las oscuridades, María Elena despertaba exclamaciones admiradas con su primer libro, publicaba en el suplemento literario de La Nacion y, frutilla del postre, ganaba el Segundo Premio Municipal de Poesía.

–Me dieron el segundo porque para el primero era demasiado joven, dijeron.

–Y mujer.

–Eso ya no lo dijeron.

–En aquellos años usted noviaba con el escritor Angel Bonomini.

–Sí.

–Estuvieron juntos un tiempo largo…

–Sí. ¿Querés más té?

En 1948 llegó al país el español Juan Ramón Jiménez. El autor de Platero y yo era un icono, traducido a todos los idiomas, y quedó impresionado con ese segundo premio municipal. Decidió inaugurar, con ella, una beca para escritores jóvenes en su casa de Maryland. María Elena fue dispuesta, tan feliz, pero salió mal.

–Un tipo difícil, muy depresivo. Por algo lo odiaban todos los poetas. Era muy difícil la relación. Yo era muy chica, y él era un señor muy grande y tan importante. Yo era muy tímida. De todas maneras, lo recuerdo como un maestro. A pesar de las maldades más grandes que decía. Era muy generoso y elogioso y muy alentador.

–¿Con usted?

–No. Conmigo no.

Juan Ramón la arrasó. En un texto publicado en la revista Sur, en enero de 1957, ella decía: "Cada día tenía que inventarme coraje para enfrentarlo, repasar mi insignificancia, ‡‡

‘cubrirme de una desdicha que hoy me rebela. Me sentía averiguada y condenada. Suelo evocar con rencor a la gente que, mayor en mundo, tuvo mi verde destino entre sus manos y no hizo más que paralizarlo. Con generosa intención, con protectora conciencia, Juan Ramón me destruía, y no tenía derecho a equivocarse porque él era Juan Ramón, y yo, nadie. ¿En nombre de qué hay que perdonarlo? En nombre de lo que él es y significa, más allá del fracaso de una relación".

–Era paralizante. Pero volvamos a la falta de ternura: no se le puede exigir ternura a un español de esa generación. Pero teníamos momentos de camaradería, de diversión. Y me atreví a hacer cosas que sólo las pude hacer con su respaldo.

Por ejemplo, ir a visitar a Salvador Dalí en Manhattan, cuya antipatía quedó plasmada para siempre en una crónica publicada en la revista El Hogar –circa 1949– que dice así: "Salvador Dalí es, en primer lugar, una gran descortesía telefónica, una descortesía cortante y monosilábica, como de burócrata de filme. Su prisa es nada más que una prisa de coleccionista de relojes doblados, que no quiere desdoblar para que no se le vuele el menor ápice de tiempo". Cuando volvió a Buenos Aires escribió con Bonomini un libro llamado Baladas con Angel, pero poco después esa relación se disolvió.

–Sí, cuando volví…vi que eso no andaba. Esa patria potestad, esa legalidad del hombre para decidir por la mujer, esa falta de compañerismo y de diálogo. Era un producto de la época. Uno se preparaba para esclavizarse y seguir la voluntad del marido.

Y para no esclavizarse tomó un camino que le pareció natural: marchó a Europa con Leda Valladares, y se quedó allá cuatro años, desde 1952.

–El viaje a Europa fue también cortar con tanto sufrimiento adolescente y con la situación que ninguna persona, intelectual o estudiante, podía soportar, que era el peronismo. A partir de la muerte de Eva se endureció mucho la censura. No quiero decir que me haya exiliado, pero preferí tomar distancia.

–Pero usted después se reconcilió con el peronismo.

–Sí, mucho. Al ver los manejos de la Revolución Libertadora recapacité sobre todo lo que había sido la obra del peronismo, aparte de sus manejos, así, represivos, digamos. Me di cuenta de lo que había representado para el pueblo, que es mucho. Años después viajé por el interior y la única escuela que había y el único puente eran restos de esa época del peronismo.

Desde 1952 y hasta 1956, María Elena sobrevivió en París en un ambiente y con un oficio que poco tenía que ver con el que había dejado: esta promesa literaria porteña se trepaba con Leda al escenario del Crazy Horse a cantar bagualas y vidalas. Ellas ahí, con su poncho legüero, entre tantas con los pechos desnudos.

–Me divertí mucho. Había más libertad de costumbres. Uno veía pasar un travesti por la calle y no llamaba la atención. Igual, yo quería escribir. Pero me había abierto de la vida literaria porque no me gustaba. Ahí sí que vi mucha maldad, mucho celo entre escritores. Me asqueó. Hoy sigue siendo más o menos igual. Ese mundo de celos, y codazos y competencia. No me dio gana de seguir cerca de nada de eso. Quería escribir, pero no estar ahí. Escribir para chicos fue como tomar otra ruta. No me interesaba la carrera literaria. Se decía mucho en aquella época. "La carrera literaria." Ahora el tópico es el mercado. "El mercado nos exige…". Aquella era una época de grandes maldades. Los tipos grandes, Neruda, Juan Ramón, Mujica Lainez, era como el Siglo de Oro porque en un lenguaje altamente literario se tiraban con todo. Uno ve las polémicas de los escritores de ahora y dan risa.

Y fue precisamente allí, en París, rodeada de can can y carnes crudas, donde empezó a escribir su primer libro para chicos, Tutú Marambá, plagado de personajes tan alejados del Crazy Horse y los versos de Otoño imperdonable como podían estarlo Doña Disparate, la Mona Jacinta o la Pájara Pinta, viuda del Pájaro Pintón. Y si uno le pregunta cómo fue que abandonó primero la literatura por el folklore y después el folklore por los chicos, ella dice que tiene etapas.

–Etapas que se me acaban o se me interrumpen. Me parece sano hacer una cosa con muchas ganas, y dejarla cuando ya veo que me faltan ganas o tengo demasiados inconvenientes, porque no tengo facilidad para escribir. Soy medio trabada y esa tendencia depresiva que tengo va y viene. A veces la gente no entiende eso. Que uno escriba para chicos y sea así. Pero también se espera que los cómicos sean gente divertida. Y yo he conocido a varios de los grandes cómicos y eran amargos y malhumorados y deprimidos.

Regreso a casa
Cuando regresó a Buenos Aires, publicó Tutú Marambá y de a poco, alimentada a base de Doris Lessing y Joseph Conrad, empezó a escribir sobre personajes como Don Fresquete, Manuelita o Dailan Kifki. El ciclo se cerró, por ahora, con un total de 13 libros que, desde el próximo 5 de agosto, La Nacion y la editorial Alfaguara reeditan (ver recuadro) y que la hicieron la autora de literatura infantil más sólida en varios países a la redonda.

–Creo que está bien la reedición de esos libros, porque hay una necesidad de material de juego y cultural lo más estético posible. Es una época en la que culturalmente hay mucha improvisación, entonces un poema para chicos se escribe de cualquier manera. Yo no me creo talentosa, pero tengo una plataforma cultural que la gente más joven puede no tener.

–¿Tiene contacto con chicos?

–No, muy poco, pero en lo poco que veo, me fijo mucho. No me fastidian los chicos. Me fastidian los padres que dicen "dale un besito a la señora". Dar besitos no les gusta, pero si estoy sola con tres chicos estoy bien. La diferencia grande en el mundo, querida, es que hay mucha más gente que antes. El mundo está muy superpoblado. Entonces, donde antes se te acercaban diez chicos, ahora son 300 que vienen en forma de malón y están muy contagiados del cholulismo reinante, te atropellan.

–Ha dejado de escribir columnas de opinión.

–Sí. Esa etapa está muy interrumpida. No tengo ninguna gana de opinar. Tengo una confusión con toda la situación social, y mucha indignación.

Esa etapa, ahora interrumpida, puede rastrearse en libros suyos como Desventuras en el País Jardín de Infantes, Diario brujo y Viajes y homenajes, que recopilan artículos publicados desde 1947 y contienen aquella diatriba contra la censura publicada por el diario Clarín en 1979 llamada Desventuras en El-país-jardín-de-infantes. Harta de la prohibición de películas, programas de televisión y libros, Walsh despotricaba allí contra la figura del censor. Aunque el texto tenía párrafos menos recordados ("Que las autoridades hayan librado una dura guerra contra la subversión y procuren mantener la paz social son hechos unánimemente reconocidos. No sería justo erigirnos a nuestra vez en censores de una tarea que sabemos intrincada y de la que somos beneficiarios"), se transformó en bandera de coraje y libertad para muchos adultos que también vieron en sus canciones, como La cigarra, la expresión más acabada de la rebeldía y la dignidad.

–Las canciones toman el sentido que uno necesita. Si vos necesitás cantar un día La felicidad, de Palito Ortega, le vas a encontrar un sentido. La cigarra empezó a ser un himno de los exiliados, y los familiares de las víctimas, y yo no me imaginaba.

El idilio del público adulto con María Elena Walsh siguió. Ella dejó de cantar en 1978, y pasó buena parte de la dictadura luchando contra un cáncer óseo al que sobrevivió y que la hizo –más– dura. Sin embargo, la relación con los adultos empezó a resquebrajarse cuando, ya en democracia, dio a conocer el texto La carpa blanca debe tomarse vacaciones, que cuestionaba la eficacia de la protesta docente y hablaba del agotamiento de los símbolos. Y después dijo que la ineficacia radical era peor que la corrupción menemista.

–En un reportaje por el que casi me matan, predije haciéndome la Sibila que con ese gobierno de la Alianza nos íbamos al abismo. No sabés lo que fue: las radios sonando acá para retarme, que cómo podía decir eso. Y ese gobierno nos llevó al desastre, al corralito. Ahí tuve una ruptura muy grande como ciudadana. Porque esa estafa, que va mucho más allá del dinero, para mí fue no va más, me desintereso de lo que pasa. Que no es verdad, pero me desintereso en función de decir y prever y denunciar. Porque no me sale, no tengo ganas. Fue muy grave eso. Y también es una de las cosas que preferimos borrar y atribuírsela a gobiernos anteriores. Prefiero no hablar de esas cosas. Yo creía superada la etapa de la exposición pública, los reportajes, pero al público le sigue interesando lo que hago, y aunque me escondo un poco, a veces hay que salir al ruedo. Por otro lado, no me gusta que me olviden. Es ambivalente. Todo el mundo detesta a los fotógrafos y los periodistas, pero si no lo llaman, se muere.

Se recuesta en sus almohadones y, carne de paradoja, dice:

–No es mi caso, pero…si no me llaman es como si me hubiera muerto. Te soy franca: esa ambivalencia la sentimos todos.

Para saber más
www.ensayistas.org/filosofos/argentina/walsh/

Por Leila Guerriero


Las fotografías de archivo son de Sara Facio y Archivo Sara Facio, publicadas en el libro "María Elena Walsh, retrato (s) de una artista libre" de Sara Facio. Editorial La Azotea


Reedición de la obra completa
Desde el próximo 5 de agosto, y con frecuencia semanal, La Nacion y Alfaguara reeditarán toda la obra infantil de María Elena Walsh. Con un total de trece libros, y a un costo de 9,90, en compra opcional con el diario e ilustrados por diversos dibujantes, se publicarán en este orden: Manuelita dónde vas (1997), El reino del revés (1965), Cuentopos de Gulubú (1966), Dailan Kifki (1966), Tutú Marambá (1960), Chaucha y Palito (1975), Hotel Pioho´s Palace (2002), Canciones para mirar (2000), Pocopán (1977), Zooloco (1964), El diablo inglés (1974), La nube traicionera (1989) y Versos tradicionales para cebollitas (1967). El primer libro se entregará con un póster para colocar stickers, que se renovarán en cada entrega.

"Tengo mucha esperanza en la sociedad civil"
María Elena Walsh tiene, en cambio, poca fe en la política
Sábado 24 de diciembre de 2005 | Publicado en edición impresa



María Elena Walsh no quiere opinar de política. A esa decisión de no agregar leña al fuego se debe su tardía aparición en esta serie. Acepta el pedido de entrevista después de mucho tiempo, con la condición de que no se le pregunte abiertamente qué piensa del actual gobierno, o del 45, o de la Revolución Libertadora, por ejemplo. Pero –¡ay!– la política sabe cómo meter la cola y en el transcurso de la conversación la hará decir, casi sin quererlo: “Todos tenemos muchas razones para ser escépticos”. Sin embargo, se identifica con la acción de las Madres del Dolor y anuncia que, por su capacidad de reacción y su creatividad, tiene esperanza en toda la sociedad civil.

Invitada a escribir un artículo para la página de Notas, actualmente a cargo de este redactor, bromea con la idea de enviar una página en blanco con su firma, y luego se pregunta, con el mismo aire juguetón, si no habrá lectores que piensen que María Elena Walsh ha estado demasiado contundente, que tal vez se le ha ido un poco la mano.

Lo diga expresamente o no, está escéptica acerca de cómo van, en general, las cosas, aunque acepta que existen, aquí y allá, algunas señales alentadoras. Mientras tanto, lleva una vida muy activa, enriquecida con su arte, con sus viajes y sus lecturas.

Lee en este momento "Hombre lento", del premio Nobel J. M. Coetzee, y lo encuentra interesante, pero demasiado sombrío y extraño, lejos de la altura de la que considera la mejor novela del escritor sudafricano, "Desgracia".

Hay otra fuente de placer gráfico para María Elena en estos días: las caricaturas y los chistes (políticos y de los otros) que aparecen en los grandes diarios. Se pregunta por qué hay tantos y tan buenos humoristas en un país del que se diría que el mal humor se ha adueñado. Aunque no quiere hacer nombres de dibujantes nacionales, admite que disfruta especialmente de una tira norteamericana que publica LA NACION, "Lola", de Dickenson y Clark, en la que una viejita transgresora ve transcurrir la vida desde el banco de la plaza con un espíritu mordaz, rebelde y juvenil con el que, inevitablemente, tiende a sentirse identificada.

-Por momentos, parece que mejora. Por momentos, que se agrava. ¿Cómo ve usted el humor de la sociedad argentina hoy?

-Y, sí, la sociedad nuestra, inserta en el mundo, en nuestro planeta, es un poco de todo y pasa por altibajos muy fuertes. Por eso creo que en esos ataques de mal humor que nos dan de vez en cuando tenemos que tratar de encontrar la contrafigura. Por ejemplo, una parte no muy considerada de nuestra vida cultural es la cantidad de humor gráfico que hay en nuestros diarios. Yo no conozco un diario extranjero con tanto chiste, con tanta rapidez para tomar con humor la actualidad, los personajes de la política y de la vida. Eso, más que risa, me da una especie de luz, de felicidad. Que eso exista, y en esa cantidad.

-¿Eso refleja para usted alguna característica de nuestro pueblo?

-Refleja talento. Mucho talento. Y una capacidad de reírse, de no tomar tan en serio todas las cosas.

-¿Qué humoristas prefiere?
-Me parece que no hace falta dar nombres. Estoy hablando de los estupendos dibujantes de los dos grandes diarios, de LA NACION y de Clarín.

-¿No le parece que, sin embargo, los humoristas gráficos trabajan sobre supuestos pesimistas, como que todos los políticos son corruptos o que la inflación va a ser incontenible? ¿No son espejo de un punto de vista escéptico?

-Sí. Es el nuestro. Creo que es el de las mayorías, y no sólo en nuestro país. Tenemos muchas razones para ser escépticos. Los humoristas presentan algo muy cierto. Nos dicen: "Van a bajar los precios". "Je, je", decimos. Todos. Creemos que los van a rebajar a la noche y aumentar a la mañana.

-Ese es el chiste...
-Es que la vida nos enseñó. Tenemos unos años y sabemos que siempre nos tomaron el pelo con distintos temas. Todos tenemos ese fondo de desconfianza.

-¿No habrá cierto regodeo en ese declararse siempre ante una "crisis terminal", como se calificaba a la de 2001?

-Pero es que así parecía, como si hubiéramos tenido que bajar la cortina. Así lo vivimos. No sé si terminal. Tengo la sospecha de que no terminábamos ahí, pero fue un fondo bastante siniestro y confiscatorio, como lo sigue siendo. Hoy hay una carta en LA NACION de un señor que dice: nos están confiscando el cincuenta por ciento de los que tenemos la suerte de tener algo. De eso no salimos del todo.

-El humor sería una manera de escaparle a la desilusión, entonces.

-No sé si uno escapa o lo ve de otra manera y aprende a reírse de uno mismo. Por ejemplo, yo aprendo mucho con esa historieta de Lola, porque es la tercera edad mostrada de la manera más maravillosa. No hay más remedio que reírse de todos los problemas que uno tiene. Yo no quiero tener más ilusiones. Aunque quisiera, no podría.

-¿No podría tener ilusiones, pero sí esperanzas?

-Van parejas, ¿eh? Para mí van bastante parejas. Esperanzas sí, porque si como pueblo hemos sobrevivido, muchos, a tanta catástrofe, quiere decir que somos bastante más fuertes de lo que creemos. En ese sentido, las esperanzas no las pierdo, sobre todo, ahora, cuando hay muchas manifestaciones públicas, populares, que salen de abajo, que no salen de sindicatos, no son políticas. Se trata de reclamos de justicia, de seguridad. Y para eso hay que ser muy fuerte. Que te hayan castigado y puedas salir a la calle a pedir justicia... otro orden de cosas. Eso, para mí, es importante. Es peligroso para los gobiernos...

-¿Alude a movimientos como las Madres del Dolor?

-Sí, estoy con las Madres del Dolor. Con ellas soy totalmente solidaria.

-¿Y los cartoneros, los piqueteros, pueden transformarse en fenómenos más interesantes?

-En general, tengo esperanza en toda la sociedad civil, que se va reconstruyendo de a poco. Pero me parece a mí, perdón por esta frase, que a los pobres los fabrican los Estados. Creo que con imaginación y con real autoridad no tiene por qué haberlos en esta medida. Pero mientras se trate de solucionar el problema de la pobreza con dádivas, va a seguir existiendo. Que de ahí surja otra cosa es posible. Ahora no lo creo. Podría ser con el tiempo.

-¿No le ve solución por el momento?

-No. No tengo ilusión ni esperanza, por el momento.

-¿Hay un poco de moda o de esquizofrenia en nuestra sed de cultura? La misma persona que la noche anterior fue al teatro o a la ópera le arroja a uno el auto encima a la mañana siguiente... ¿Dónde va toda esa cultura que se consume ávidamente?

-Es cierto: no va a normas de convivencia, desde ya. Una buena parte va a alimentar un gran narcisismo. El maltrato existe en todas partes. Con todo, no es malo que la gente tenga ganas de ver, de escuchar. Realmente, no hay un lugar vacío. Nunca ha habido tal cantidad de recitales, de ciclos de cine. Eso hay que interpretarlo como algo bueno.

-¿Nos falta sentarnos a pensar, a elaborar eso que vemos?

-Sí, a elaborarlo y a tener más noción del otro, que no se tiene. El otro es algo que pasa por delante, que se atropella y se maltrata. Ojo: no siempre. Yo noto una gran diferencia en la nueva generación, que es menos maltratante que las anteriores. Estos jóvenes que trabajan en los negocios, en los bares, me parece que son, en general, más amables, que tienen otro tono, que nadie les enseñó a prepotear. Y a veces si te tratan mal es porque les falta autoridad, les falta un jefe que les dé normas.

-En general, ¿declina el sentido de autoridad, ya sea paterna u oficial? ¿Se cede autoridad por miedo a ser considerado autoritario?

-Autoridad es una palabra muy clarita. No es autoritarismo, ni palizas, ni tiros. Es tener el papel que a uno le corresponde en la vida: de padre, de madre, de jefe, para poner las cosas en su lugar. No sé cómo se pueden confundir las dos cosas.

-¿Esa confusión se refleja en la vida social, cuando al transeúnte le cortan una calle o un puente y parece haber cierto pudor en decir: la protesta está muy bien, los motivos son legítimos, pero déjeme pasar..?

-Hay miedo de manifestarse. Hay miedo de decir: me parece un disparate que corten las vías o que hagan estas huelgas salvajes, como la que hubo entre los aeronavegantes, que fue un espanto. Me parece que todo eso es político, y no por una causa justa. Cuando es espontáneo, como en el caso de esta gente que cortó las vías porque, bueno, están violando chicos, se entiende un poco más. Pero tampoco lo justifico. Alguien tiene que impedirles que corten las vías. Pero no nos ponemos en contra porque, si no, somos unos conservetas, somos de derecha, unos represores... Pero lo que no está bien no está bien. Lo que atenta contra el otro no está bien.

-Las mujeres parecen estar ganando posiciones, no sólo en la Argentina, sino en el mundo: candidatas a presidentas, ministras de Defensa...

-Sí, bueno, pero el ejemplo para imitar es el del señor Rodríguez Zapatero. La mitad de su gabinete son mujeres. El cincuenta por ciento. Ya desde ahí la cosa es muy distinta que poner a una señora porque es la mujer de no sé quién o porque es correligionaria de no sé qué otro. Lo de Rodríguez Zapatero es muy distinto. Que sus ministras resulten buenas o malas es otra historia. Pueden ser tan malas como los hombres. Pero socialmente es un acto de justicia.

-Tal vez sean señales que indiquen que, después de todo, el mundo está mejorando...

-No, el mundo es una basura. ¿Qué me cuenta? Yo quiero cambiar de planeta urgentemente. Cuando hablamos de nuestros males, tenemos que saber que no somos una isla, ni mucho menos. El mundo está patas arriba, difícil, cada vez con diferencias sociales más grandes. ¿No conoce, por casualidad, otro planeta?

Por Hugo Caligaris
De la Redacción de LA NACION


María Elena Walsh
Por todo y a pesar de todo
Hay razones para bajar los brazos, pero es más razonable mantenerlos en alto, piensa la autora de Serenata para la tierra de uno . Entusiasmada por la nueva edición de sus libros infantiles, sigue peleada con lo que pasa, pero está segura de que la pelea vale la pena
Domingo 3 de setiembre de 2000 | Publicado en edición impresa



Tal vez sí, pero es posible que no haya otro escritor argentino en condiciones de presentar sus obras en un teatro de grandes dimensiones. Lo que en cambio es seguro es que no hay otra, u otro, cuya popularidad fuerce a los organizadores del acto a pedir que, por favor, no lo difundan con demasiada anticipación, que no le den demasiado peso al anuncio, porque de lo contrario quedarán miles de personas afuera.

El cambio de editorial -de Planeta a Alfaguara- y la reedición de las obras completas de su vertiente de literatura infantil (una docena de libros) sirven para comprobar que el carisma de María Elena Walsh no ha perdido energía. Pasa con ella lo mismo que con algunos familiares muy queridos: estamos tan atravesados por sus formas y modos que no imaginamos una vida en la que eso no estuviera. Tanto dio ella a nuestra maltratada cultura popular que el amor vuelve solo, sin ayuda y sin pedir más recompensas.

Pero de vez en cuando -lo volverá a hacer en esta entrevista, casi a pesar de ella- la Walsh muestra otra cara, distinta de la de Dailan Kifky, la Reina Batata, la Cigarra o Dame la mano y vamos ya, se vuelve, diríamos, polémica, y arriesga en apariencia parte de ese capital de afecto. Generalmente, cuando eso ocurre muchas figuras del mundo intelectual se agarran la cabeza y exclaman: "¿Cómo es posible que haya dicho eso?" Mientras tanto, la gente, lejos de escandalizarse, sigue cantando Manuelita.

La última vez, declaró a la revista Trespuntos algo así como que era menos riesgosa la corrupción menemista que la inoperancia radical, lo que levantó una batahola mediática, sumada a la que provocó con una irrupción en la que opinaba que era hora de levantar una carpa blanca que, de todas maneras, levantaron los docentes al cabo de poco tiempo.

"No es que yo sea la única en pensar de tal modo. Dentro del propio gobierno hay gente que piensa de modo semejante", dice sobre su último cañonazo periodístico.

Y cree que, en efecto, hay motivos de sobra para la decepción, pero también que dejarse ganar por la queja y la amargura es más o menos como caer en una trampa. La salida, piensa, consiste en seguir haciendo cosas, a pesar del peso de las circunstancias. Con optimismo, que al fin de cuentas se consigue al mismo precio que el bajón y que rinde resultados muchísimo mejores.

-¿Cómo vive esta reedición de sus libros?

-Como algo buenísimo. Por mi avanzada edad (N. del R.: exagerada alusión a unos 70 años casi recién cumplidos), tengo la impresión de que este cambio de editorial es definitivo. Es la primera vez que estoy en una editorial -sin desmerecer a las otras- que encuentro un equipo formado, muy fuerte, en materia de literatura infantil y juvenil. Otras, en cambio, inauguraban la línea infantil conmigo.

-Se lanzan simultáneamente unos cuantos ahora...

-Sí, han decidido editar mis libros por docena. Una docena de libros para niños. Así que eso me tiene muy contenta, las ediciones son muy cuidadas, con distintos ilustradores, y además algo que a mí me importa tanto como la ilustración, que es la tipografía. Que sea linda, que sea muy clara. Nos hemos puesto de acuerdo en todos estos temas con mucha facilidad. Yo no quiero invadir, tampoco. Salvo a algún ilustrador que dibuja una lira cuando en el texto yo escribí arpa. Entonces le digo: bueno, vamos a ponernos de acuerdo. O lo cambio yo o lo cambiás vos...

-Por razones de rima, a veces conviene que cambie el dibujante.

-No, por suerte esto era en prosa.

-¿También salen textos no publicados antes como libros?

-No, lo que pasa es que sale en un tomo el cancionero, todas las canciones para niños, y algunas no tan infantiles, pero que yo considero aptas para los chicos. Creo que todas lo son, pero hay que hacer una separación.

-¿Se siente cómoda en el contacto directo con sus lectores?

-Es más difícil en la medida en que el público se hace más numeroso. Me ha pasado, tanto aquí, en la Feria del Libro, como en algunos lugares del interior, de hacer una charla y siempre me da un poco de nerviosismo. Estoy acostumbrada, pero mirar cara a cara a los lectores siempre tiene sus aristas. Pero esto que va a pasar en el Gran Rex es nuevo, es inédito.

-Un escritor a teatro lleno...

-Claro, lo que pasa es que mi vida está también mezclada con el espec-táculo. Yo soy de la farándula, aunque me haya retirado. Pero pertenezco a ese mundo.

-¿Va a dar la sorpresa de cantar alguno de sus temas?

-No, no creo. De verdad sería una sorpresa. Pero el otro día canté por radio, y lo hice cantar a Néstor Ibarra. Y eso que Ibarra es un tipo serio. Bueno, cantamos a dúo una vieja canción de iglesia, y salió muy bien.

-¿Usted se definiría como una persona de la farándula?

-Sí, porque esa palabra está de moda. También podría decir del espectáculo, porque he trabajado mucho en ese ambiente.

-¿Tiene afinidad afectiva con las personas que pertenecen a ese mundo?

-Sí, por supuesto.

-Alguna vez usted dijo que era más fácil encontrar allí gente con menor cantidad de dobleces.

-Por ejemplo, son mucho más solidarios. Todos los días usted va a ver algún acto solidario de los artistas. Sea entre ellos, sea con fines benéficos. Me parece que son más solidarios que los intelectuales, que por lógica siempre están viendo las dos caras de la realidad, están especulando de algún modo. O les cuesta más reunirse.

-¿Quiénes son sus amigos entre los actores?

-Por lo menos, los de la generación clásica. Creo que tengo una relación amistosa con muchos de ellos. Hace poco estuvo aquí, en casa, Norma Aleandro. No es que la vea tanto, pero la veo ahora en función de escritora. Ella escribe muy bien. Leí un original de su último libro, y me pareció muy bueno.

-¿Ella escribe ficción, no teatro?

-Ficción, sí. Me dijo que teatro también, pero no estoy al tanto. Pero, digamos, de esa generación yo conozco a muchos. Además, no hace falta verse tan asiduamente para quererse.

-¿Alguna vez le ha pasado que alguien le haya pedido permiso para hacer algún espectáculo basado en sus textos y canciones y que luego no le haya gustado el resultado?

-Para evitar eso, en general no los veo.

-Y así se pierde los buenos...

(Se ríe.) -No, sé que vamos a tener diferencias de criterio en cuanto a lo que es un espectáculo. Entonces me da como pudor, y no los veo.

-¿Tampoco a Susana Rinaldi cuando presentó sus canciones?

-No, a Susana la vi. Más de una vez. Yo salía de la enfermedad (N. del R.: marcó un antes y un después en su vida y la obligó a un largo período de recuperación durante el cual caminaba con la ayuda de muletas, que ya no usa) y me llevaron al teatro. Eso fue en 1982.

-Caramba, han pasado los años.

-Sí. Fue en el Odeón. Imagínese, existía el Odeón. Estaba lleno y fue un espectáculo bellísimo...

-¿Sigue tan descontenta con la marcha de la realidad como cuando salió el artículo de la revista Tres puntos?

-¿Sabe qué pasa? Estamos en horario de protección al menor... Yo preferiría no insistir...

-A veces cuesta imaginar a alguien como usted, que podría vivir muy cómodamente, sin opinar sobre determinadas áreas.

-Yo creo que la opinión es lo de menos. Lo de más es el sufrimiento que las cosas que pasan nos ocasionan. Porque no estoy sola en este estado de decepción. Entonces, más grave es lo que sentimos muy profundamente. Podríamos no interesarnos, pero, no sé, es una característica mía estar pendiente de todo cuanto sucede, como es lógico, y más cuando está encaminado a perjudicarnos masivamente.

-¿Ese estado de decepción usted lo mantiene?

-Sí, pero lo que quiero cerrar es la opinión sobre el tema...

-No le pido nuevas opiniones, sino que trate de explicar por qué a veces sale a jugar una opinión sorpresiva, distinta de las de la corriente. Llama la atención que se exponga a crear un sector anti-María Elena en un país obviamente marielenístico.

-Sé que hay un riesgo, y a veces me da un poco de miedo. Pero es un riesgo que uno tiene que correr. Y además el hecho de decir que son opiniones contra la corriente es relativo. Resulta que hay una corriente bastante grande que piensa de manera parecida.

-¿Qué ocurre? ¿Es una corriente que se ve menos?

-Claro. En el momento en que se hizo ese reportaje, en distintos ambientes, incluso dentro del propio gobierno, se estaban diciendo cosas muy parecidas, pero no tuvieron esa resonancia que tuvo lo que yo dije.

-¿Será que por su capacidad de síntesis poética usted da con la frase hiriente más perfecta?

-¡Ah!, puede ser. Ocurre que para llegar a esa concisión uno necesita haber vivido y trabajado muchos años. No es fácil ser conciso. Lleva media hora y toda la vida, como dijo Picasso, con perdón de la comparancia. Entonces uno llega a esa síntesis, porque se puede decir lo mismo dando muchas vueltas, con un discurso más prudente, más político...

-... más de ocultar lo que se piensa...

-Sí, a veces las vueltas suavizan el contenido, y otras veces lo hacen incomprensible, que es por ejemplo lo que pasa en el mundo de la Justicia. Lo judicial, que nos irrita tanto. A mí lo primero que me irrita es la cantidad de papel, y la jerga. Cuando yo veo un dictamen judicial tengo que hacérmelo explicar. Y eso que he leído cosas bastante difíciles, hasta capítulos enteros del Ulises, de Joyce, que más o menos he entendido. Pero el dictamen de un juez... Muchas veces pregunto: ¿esto es bueno o es malo para nosotros?

-¿Debo ir preso o soy una persona libre?

(Se ríe.) -El otro día en una reunión estaba una escritora que dijo una frase tan graciosa... Nombramos a un funcionario, no importa quién. Y ella dijo: "A Fulano, ¿lo tenemos que querer o no?" Y se hizo un gran silencio. Nos quedamos todos con una duda terrible... Creo que en general se le dijo que ya no...

-Sí, se está dando esa rápida pérdida de cariño respecto de algunos personajes políticos.

-Sí, dura poco ese amor. Pero, si tomamos otro aspecto, aparte de lo que puede perjudicarnos nuestra situación económica, social, financiera -y no quiero volver a hablar de eso-, nos estamos dejando invadir demasiado por estas circunstancias. Entonces, ¿en qué momento hablamos de literatura, de cultura? No en función de si hay una política cultural, de lo que el Gobierno haga o no haga. Qué pensamos nosotros.

-Nos atrapa todo ese bajón...

-Estamos muy invadidos, muy invadidos, permanentemente, por un pesimismo, una mufa, que tiene bastante raíz en la situación sociopolítica, pero que no nos ayuda.

-Si no nos deprimimos profundamente, si nos dedicamos a hablar de libros en medio de la tormenta, pareceríamos frívolos.

-Bueno, si es así, si pensamos eso, estamos locos, porque me parece que frívola es la política y que es más serio que hablemos no sólo de libros, sino de la cultura. Finalmente, las naciones y los pueblos se organizan por esa cultura. Hasta económicamente rinde la cultura. Si no, ¿de qué vive Europa, básicamente? De su producto cultural.

-Atraen turistas con eso.

-¡Y cómo! Claro que sí.

-Bueno, acá hay también ahora un plan de turismo cultural que incluye recitales de tangos en Londres.

-Está bien. ¿Por qué no? Yo de lo que se haga no me quejo. Pero yo digo que hablemos entre nosotros, como solíamos hablar antes. Decirnos: ¿por qué no me leés esta obra de teatro, a ver qué te parece? O lo que hace Norma Aleandro, que viene y me dice: a ver si te parece bien el libro, el orden de los cuentos. Ese es el tema. O Jorge Asís. (se ríe, disfrutando tal vez de la sorpresa causada en el cronista por la mención del ex secretario de Cultura de la Nación.) El pobre va por todos los canales esperando hablar de su libro (Lesca, el fascista irreductible), y no que le tiren con ladrillos por la cabeza por lo que hizo o dijo o dejó de decir antes. A eso voy: él escribió un libro. Bueno, hablemos de ese libro, independientemente de la historia personal de cada uno.

-¿Todavía queremos consumir, y producir, cultura?

-Yo creo que a la gente de la cultura no la para nadie. Todos seguimos haciendo cosas. De manera más dificultosa, perdiendo muchas energías. Pero no nos para nadie, como no nos paró tampoco la censura, que impidió el contacto con el público, pero no la producción.

-¿Es peor la censura o la chatura? -Y, son formas de censura. Yo hace mucho tiempo y a propósito del cine decía que la censura comercial era gravísima. Hay una censura de un gobierno autoritario que prohíbe un libro, y hay otra del editor que considera que ese libro no se vende lo suficiente y no lo distribuye. Es lo mismo que pasaba en la época en que yo me metí en el cine, y había una censura moral, política, y había otra que era de los dueños de sala y los distribuidores, que decían: esta película no va más que a la sala de Villa Ortúzar, una sola. Por lo tanto, te fundías. Es una forma de decirnos: cállense, no ha-gan más nada, terminemos con esto...

-Yo creo que ésa es la única forma de censura que existe ahora, porque por otro lado hay una gran desinhibición en cuanto a lo que se ve por televisión, por ejemplo.

-Por decirlo finamente, sí. Muy finamente, ¿no? (Se ríe otra vez.)

-¿Piensa que es nocivo lo que estamos viendo?

-Me parece que toca fondo en obscenidad. Es una televisión procaz. Nos venden todo a los gritos. Creo que hay un desenfreno y un mal uso de la libertad. La libertad no está para que vivamos a los sopapos, supongo, sino para que nos tratemos como gente, y no lo veo...

-¿Le parece que específicamente lo sexual en televisión es lo nocivo?

-No es que me parezca nocivo, me sorprende un poco a esta altura del partido y del mundo una obsesión sexual como soez. No es erótico, es una sexualidad de estudiantina pesada.

-Tal vez si fuera erótico sería más creativo.

-Sería maravilloso, sería como es el arte, que es erótico. Pero esto es lo contrario: es otra forma de violencia. Es muy, muy violento lo que se muestra como sexo en la televisión.

-Dos muertes muy distintas se nos cruzaron: la del cantante Rodrigo y la del doctor Favaloro.

-Después de mucho pensar, he llegado a una conclusión, que era lo que se decía antes y ya no se dice más: que en paz descansen. No sólo esos finados famosísimos a los que hemos querido, de alguna manera u otra, por su imagen pública, sino la cantidad enorme de pobres víctimas que hay diariamente. Desde accidentes de tránsito hasta inseguridad urbana.

-¿Y qué quiere decir con ese en paz descansen?

-Que no utilicemos de esta manera tan obscena a nuestros muertos. No podemos estar desenroscando explicaciones sobre el suicidio de un señor. Me parece inútil. No en el caso de Favaloro, pero sí en el de Rodrigo, toda esa orgía en los medios está unida a un mercado. A mí me satura mucho, y me hace afligirme por todos esos otros muertos anónimos, de los que nos olvidamos inmediatamente.

-¿Tiene muchos amigos?

-No, no. Así, de un círculo íntimo tengo muy pocos, pero hay gente a la que no veo, pero a la que quiero mucho y sé que me quiere. Los sentimientos siguen, aun sin la presencia. Lo que envidio es esa gente que se reúne una vez por semana o por mes.

-Metódicamente. Todos los jueves.

-Sí, yo tengo una amiga que semanalmente toma un té abundante con sus amigas. Y chusmean de todo. Eso lo envidio mucho.

-Hay un disco del pianista Adrián Iaies que incluye su tema Serenata para la tierra de uno, en una versión deliciosa. Hablando de esa canción, que decía: Porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy, ¿sigue sintiendo lo mismo?

-Esa canción fue escrita en un momento de bajón, y siempre me parece justo lo que dice.

-Otro de los temas periodísticos de estos días es el de la cantidad de jóvenes que emigran.

-Y periódicamente la gente se va y vuelve. A veces exigimos de este país lo que no exigimos de afuera. Pero si quieren intentarlo, me parece bien que lo intenten. Ya volverán, tenemos que ser optimistas.

-¿Vale más la pena ser optimista?

-Sí, por supuesto. La gente joven (no sé hasta cuándo dura ahora la juventud, creo que hasta los 80) tiene que hacer su experiencia. Y así como ahora se quieren ir, ya van a querer volver. No se puede vivir sin el dulce de leche toda la vida.

Texto: Hugo Caligaris
Fotos: Daniel Merle


A escena los artistas
"Será un show, un gran show gran...", dice María Elena Walsh de la presentación de sus libros en el teatro Gran Rex. La fiesta será el 11, y sus números centrales serán: palabras alusivas de la autora, entrevista pública que le hará su amigo Andrés Percivale, canciones por Juan Carlos Baglietto y Lito Vitale, y escenas de Doña Disparate y Bambuco, por Georgina Barbarossa y elenco. La entrada será por invitación de la editorial, aunque se admitirá público sin invitación en la medida de las posibilidades físicas de la sala. Que, como todo el mundo sabe, es inmensa, pero no infinita.

El gaucho verde
Gaucho lindo el Nicolás García, chueco y alto, el pelo color de kinoto. En vez de facón, colgada del cinto lleva una brocha; un pincel sobre la oreja, a la espalda el sombrero alón. Este mozo es pintor y también guardián de la Naturaleza.

¡Que no le toquen a la fauna silvestre porque él pela la brocha y lo deja overo al que se atreva! Ha inventado unas pinturas atóxicas que alegran el corazón y no contaminan. Aquí viene, levantando polvareda con el sulky cargado de retoños de árboles, y baldes y pomos. Donde ve un potrero, él planta un arbolito. Donde ve una pared abandonada, la pinta de todos colores. Suele andar por el campo con su caballete y su paleta, y ha retratado a las vacas más elegantes del pago.

El pueblo donde vive está recostado contra el monte de eucaliptos, no lejos del río Lapizul, de agua poca pero purísima. Cuando llega Nicolás, lo recibe su novia la Romina, de a ratos tejedora, de a ratos tecladista de la banda local, el grupo Garbanzo. La china le da un beso medio tristón y él pregunta qué le anda pasando.

-Nos van a robar el pueblo -lloriquea la muchacha-; piensan talar el monte y llevarse el agua.

-¿Y para qué? -pregunta don García.

-Para construir una pista de helicópteros y además alzarse con el río y embotellarlo enterito.

-Eso lo veremos -dice el mozo, encasquetándose el sombrero.

El pueblo se reúne en la escuela, todos deliberan y después se ponen a trabajar para defenderse de los matreros. Juntan carteles y diarios, colchones destripados, cortinas viejas y cueros secos, más las pinturas y las anilinas de la Romina. Se meten en el monte y disfrazan los árboles de fantasmas o monstruos dientudos, lo pueblan de tigres y tapires rellenos de estopa, cuelgan yararás de las ramas y hasta inventan un horrible dinosaurio de cartón.

Los chicos del grupo Garbanzo preparan el audio: rugidos, aullidos, bramidos, graznidos y hasta truenos que ponen los pelos de punta. Y lo más espantoso de todo: tiñen de colorado las aguas del río: ¡las piedras, las garzas, los patos parecen de jamón!

El espectáculo era impresionante. ¡Y faltaba el efecto de tormenta que darían los reflectores! Antes del alba, como ladrones, entraron los depredadores, dispuestos a arrasar con sus topadoras y sus sierras, y a llevarse el río en cisternas.

Nicolás dio la voz de ¡Ahura! y ahí nomás se encendieron los equipos, produciendo un efecto espeluznante. Los invasores, aterrados en medio del monte, quisieron refrescarse en el río, pero al ver las aguas coloradas y su vapor de neblina gritaron: -¡Socorro, eso es sopa de remolacha caliente! Y temiendo una brujería se treparon a sus camiones para nunca más volver.

La gente del pueblo dejó el monte disfrazado durante unos días, por diversión y para tomarle fotos, y pronto el río Lapizul volvió a lucir su color plateado. El domingo hubo fiesta, y si no me equivoco, hoy jueves la fiesta sigue, y sigue el baile y el asado, pero este cuento ha terminado.

Salvo que algún lector atento lo quiera terminar con casamiento.

Del libro de cuentos El diablo inglés, de la serie que presentará Alfaguara. Ilustración de Douglas Wright.

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