Claves para evitar accidentes en el agua

Noticias de Ciencia/Salud: Domingo 13 de diciembre de 2009 Publicado en edición impresa
Para disfrutar sin riesgo de las piletas y los deportes acuáticos
Pediatras elaboraron un documento para prevenir el ahogamiento, que es la segunda causa de muerte en menores de 15 años
Fabiola Czubaj
LA NACION
El calor ya invita a zambullirse en la pileta o a preparar el kayak o la moto acuática para disfrutar del río o del mar. Por eso es muy oportuno tomar algunas precauciones con los chicos y los adolescentes para evitar los accidentes.
Pero ¿cuál es el mejor chaleco salvavidas? ¿Hay que usar casco para andar en moto de agua? ¿Sirve la matronatación para aprender a nadar? ¿Cuándo se considera segura una pileta? ¿Conviene zambullirse en un espejo de agua? ¿Cuándo es seguro llevar un bebe a bordo?
Las respuestas, elaboradas por un grupo de pediatras especializados en prevención de accidentes, ayudan a evitar el ahogamiento, la segunda causa de muerte en los menores de 15 años. "La «noción del peligro», que es un conjunto de percepciones y aprendizajes que resguardan la integridad física, se adquiere a alrededor de los 4 años", precisan los autores del Consenso Nacional de Prevención del Ahogamiento de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP).
Esa es la mejor edad para empezar con las clases de natación, que suelen ser más efectivas cuando están a cargo de un profesor y no de un familiar. El contacto previo con el agua, como ocurre con la matronatación, "sirve para que el chico tome confianza con el agua y que aprenda a disfrutar y a respetar el agua, pero no para que aprenda a nadar ni a mantenerse a flote; además, puede generar en los padres una falsa sensación de seguridad. Con la primera bocanada de agua que traga un chico, ya no puede gritar ni pedir ayuda", explicó el doctor Carlos Nasta, presidente de la Subcomisión de Prevención de Accidentes de la SAP y redactor del documento.
Junto con él, 38 pediatras revisaron todas las normas nacionales e internacionales para prevenir los factores de riesgo asociados con las actividades en el agua de chicos y de adolescentes. El trabajo reveló una gran desorganización de esas normas. "Existe una gran desinformación y una gran dispersión de la información, que también es ambigua, contradictoria o deformada. Esto es apenas un puntapié fundacional a un documento serio y ordenado."
El chaleco, incluido para los menores de 4 años, se debe comprar según el peso y no la edad de los chicos. Debe mantenerlos a flote, con la cabeza fuera del agua; tener una abertura en el frente, con tres broches de seguridad como mínimo y una correa no extensible, que una la parte delantera y trasera por la ingle con un broche.
Los expertos desaconsejan el uso de brazaletes inflables, colchonetas, cámaras de automóvil o los salvavidas anulares clásicos de las embarcaciones porque "no ofrecen ninguna garantía", ni siquiera en una pileta segura.
En los arroyos, los ríos, las lagunas o el mar, la turbidez, los pozos de agua y la contracorriente actúan como "trampas" para los chicos, ya que facilitan el desplazamiento del cuerpo al sumergirse e impiden reconocer rápidamente signos de agotamiento. Para ingresar en un espejo de aguas oscuras, recién a partir de los 8 o 10 años, un chico debe hacerlo caminado lentamente y de la mano de un adulto. La primera inmersión es conveniente hacerla con zapatillas livianas para evitar lesiones.

Edades adecuadas para navegar
El consenso recomienda no llevar a pequeños de hasta 2 años a bordo de embarcaciones de remo (kayaks, canoas, piraguas o botes), con motor fuera de borda (gomones, motos de agua o lanchas pescadoras) o con velas. A partir de los 2 años, pueden hacerlo, pero con chaleco y junto con un adulto que sepa nadar.
El uso del optimist está permitido a partir de los 8 años, con vigilancia; el kayak y la piragua, desde los 10 años con curso de entrenamiento y chaleco; las motos de agua, a partir de los 16 años, a baja velocidad y con el chaleco puesto. "El uso del casco es polémico -se lee en el documento, que se puede conseguir en la SAP-. Sus ventajas ante un vuelco en el agua son obvias. Su desventaja sería la sofocación por la correa de seguridad y el ahogamiento al llenarse de agua."
Siempre, los expertos recomiendan que el responsable de supervisar las actividades en el agua no se distraiga, tenga visión directa de los chicos y conozca las maniobras de reanimación cardiopulmonar (RCP), que evitan la muerte inminente.

CHICOS ROCIADOS CON PESTICIDAS TRABAJAN COMO BANDERAS HUMANAS.

Quien sabe que se comete un crimen y no lo denuncia es un cómplice

José Martí

El 'mosquito' es una máquina que vuela bajo y 'riega' una nube de plaguicida.

'A veces me agarra dolor de cabeza en el medio del campo. Yo siempre llevo remera con cuello alto para taparme la cara y la cabeza'.
Gentileza de Arturo Avellaneda arturavellaneda@ msn.com


LOS NIÑOS FUMIGADOS DE LA SOJA

Argentina / Norte de la provincia de Santa Fe

Diario La Capital

Las Petacas, Santa Fe, 29 septiembre 2006

El viejo territorio de La Forestal, la empresa inglesa que arrasó con el quebracho colorado, embolsó millones de libras esterlinas en ganancias, convirtió bosques en desiertos, abandonó decenas de pueblos en el agujero negro de la desocupación y gozó de la complicidad de administraciones nacionales, provinciales y regionales durante más de ochenta años.
Las Petacas se llama el exacto escenario del segundo estado argentino donde los pibes son usados como señales para fumigar.
Chicos que serán rociados con herbicidas y pesticidas mientras trabajan como postes, como banderas humanas y luego serán reemplazados por otros.
'Primero se comienza a fumigar en las esquinas, lo que se llama 'esquinero'.
Después, hay que contar 24 pasos hacia un costado desde el último lugar donde pasó el 'mosquito', desde el punto del medio de la máquina y pararse allí', dice uno de los pibes entre los catorce y dieciséis años de edad.
El 'mosquito' es una máquina que vuela bajo y 'riega' una nube de plaguicida.
Para que el conductor sepa dónde tiene que fumigar, los productores agropecuarios de la zona encontraron una solución económica: chicos de menos de 16 años, se paran con una bandera en el sitio a fumigar..
Los rocían con 'Randap' y a veces '2-4 D' (herbicidas usados sobre todo para cultivar soja). También tiran insecticidas y mata yuyos.
Tienen un olor fuertísimo.

'A veces también ayudamos a cargar el tanque. Cuando hay viento en contra nos da la nube y nos moja toda la cara', describe el niño señal, el pibe que será contaminado, el número que apenas alguien tendrá en cuenta para un módico presupuesto de inversiones en el norte santafesino.
No hay protección de ningún tipo.
Y cuando señalan el campo para que pase el mosquito cobran entre veinte y veinticinco centavos la hectárea y cincuenta centavos cuando el plaguicida se esparce desde un tractor que 'va más lerdo', dice uno de los chicos.
'Con el 'mosquito' hacen 100 o 150 hectáreas por día. Se trabaja con dos banderilleros, uno para la ida y otro para la vuelta. Trabajamos desde que sale el sol hasta la nochecita. A veces nos dan de comer ahí y otras nos traen a casa, depende del productor', agregan los entrevistados.
Uno de los chicos dice que sabe que esos líquidos le puede hacer mal: 'Que tengamos cáncer', ejemplifica. 'Hace tres o cuatro años que trabajamos en esto. En los tiempos de calor hay que aguantárselo al rayo del sol y encima el olor de ese líquido te revienta la cabeza.
A veces me agarra dolor de cabeza en el medio del campo. Yo siempre llevo remera con cuello alto para taparme la cara y la cabeza', dicen las voces de los pibes envenenados.
-Nos buscan dos productores.
Cada uno tiene su gente, pero algunos no porque usan banderillero satelital.
Hacemos un descanso al mediodía y caminamos 200 hectáreas por día.
No nos cansamos mucho porque estamos acostumbrados.
A mí me dolía la cabeza y temblaba todo. Fui al médico y me dijo que era por el trabajo que hacía, que estaba enfermo por eso', remarcan los niños.
El padre de los pibes ya no puede acompañar a sus hijos. No soporta más las hinchazones del estómago, contó. 'No tenemos otra opción. Necesitamos hacer cualquier trabajo', dice el papá cuando intenta explicar por qué sus hijos se exponen a semejante asesinato en etapas.
La Agrupación de Vecinos Autoconvocados de Las Petacas y la Fundación para la Defensa del Ambiente habían emplazado al presidente comunal Miguel Ángel Battistelli para que elabore un programa de erradicación de actividades contaminantes relacionadas con las explotaciones agropecuarias y el uso de agroquímicos.
No hubo avances.
Los pibes siguen de banderas.
Es en Las Petacas, norte profundo santafesino, donde todavía siguen vivas las garras de los continuadores de La Forestal.
Fuente: Diario La Capital, Rosario, Argentina

sábado, 19 de febrero de 2011

IDENTIKIT DE LA VICTIMA



Página 12

LAS 12


PERSONAJES

Poner la cara

Por Marisa Avigliano

Aisha Bibi posa ante la cámara, la fotógrafa es Jodi Bieber (Sudáfrica, 1967, ganadora de varios premios y reconocida retratista: www.jodibieber.com), juntas están haciendo la foto de tapa de la revista Time. Aisha Bibi es la tapa de Time porque es afgana y porque no tiene nariz ni oreja y no las tiene porque su marido la mutiló por no haberle hecho caso. Mirando a la cámara, luciendo su pelo suelto (que no deja ver su oreja cortada), cubriéndose apenas la cabeza como si tratara de un manto, Aisha Bibi le muestra al mundo su cara para que todos sepan lo que pasa –y seguirá pasando– si los Estados Unidos se retiran de Afganistán. Porque ese (What happens if we leave Afghanistan) fue el titular de la revista que se publicó en agosto de 2010. Chantajes, justificaciones y utilidades de uso corriente para el imperio –como si en los Estados Unidos no murieran mujeres por violencia doméstica– que desdibujan la realidad utilizando el rostro de una mujer. Hasta acá nada nuevo, operaciones periodísticas unidas a las moralidades del ADN norteamericano aderezadas con las declaraciones del director de la revista, quien dijo que la intención de la tapa no fue “mostrar apoyo al esfuerzo bélico de Estados Unidos ni como oposición a ello”, sino ofrecer “una ventana a la realidad de lo que está pasando”. ¿Quién puede creerlo? Después también dijo que pensó mucho en hacer esa tapa y declaró: “Ella sabe que se convertirá en el símbolo del precio que las mujeres afganas han tenido que pagar por la ideología represiva de los talibanes”.

La escena humillante, el rostro roto, acaba de ganar el primer premio a la mejor foto del año 2010 en la categoría retrato en la World Press Photo 2010 y desde los laureles hace un llamado a las narices dobles como la del retrato de Dora Maar –a la que se forma en ángulo recto en el cuadrado perfecto en Archipenko–, a la de Cleopatra –“Si su nariz hubiera sido más corta, toda la faz del mundo habría cambiado”–, a la de Pinocchio y a la de Gógol –“¡Fuera esa nariz! ¡Fuera! ¡Llévatela adonde quieras! ¡Que no vuelva yo a saber nada de ella!”

La historia que se cuenta desde los Estados Unidos de Aisha Bibi –y que Afganistán desmiente– empieza a los doce años cuando junto a su hermana fue entregada para pagar una deuda de su tío, no se trataba de una deuda económica sino del pago por un crimen. Las nenas fueron encerradas en un establo y violadas. Años después, Aisha logró escapar pero su marido la encontró y le hizo pagar la deshonra con la mutilación. Desangrándose –dada por muerta–, se arrastró hasta la casa de su abuelo, y su padre se las arregló para llevarla a un centro médico estadounidense donde los médicos la cuidaron durante diez semanas. Después fue llevada a un refugio secreto en Kabul y en agosto fue trasladada a los EE.UU. por la Grossman Burn Foundation, donde ahora enfrenta a las cámaras no ya para mostrar su rostro desfigurado, sino para lucir una prótesis nasal que le promete una nariz de verdad después de la cirugía reconstructiva. Hace ya unos meses, Aisha recibió un premio de la Grossman Burn Foundation (que se hace cargo de la cirugía en California), se lo entregó María Shriver, la mujer de Schwarzenegger, y mientras tanto sigue exponiendo su rostro a las curaciones que le darán nariz y orejas nuevas. Será entonces un rostro que representará la manifestación perfecta del mundo visible en el que occidente muestra la crueldad del mundo islámico, tan alejado del nuestro donde pareciera que las mujeres golpeadas, quemadas, asesinadas, violadas y enterradas por sus maridos y padres son sólo aislados casos patológicos.



La construccion social de la mujer violada: un estigma que paraliza y condena al silencio
Por Flor Monfort

Viernes, 18 de febrero de 2011


CALLEJON SIN SALIDA
El fantasma de la violación acosa a las mujeres desde la infancia. Las advertencias, los cuidados extra, los relatos y las frases hechas preparan un horizonte en el cual el “que te pase alguna vez” resulta naturalizado. Con ese legado en las espaldas, la figura de la víctima de violación se dibuja con trazos muy gruesos: debe presentar heridas, quedar marcada, volverse contra sí misma, recurrir a terapia de por vida. ¿Hasta qué punto este estigma conspira contra la posibilidad de ser escuchadas, recibir la protección efectiva y salir del callejón oscuro?





Por Flor Monfort

Cuando el caso Wikileaks salió a la luz, todo el mundo supuso que Estados Unidos no se iba a quedar con los brazos cruzados. Corrieron rumores de que su fundador, Julian Assange, estaba muerto, refugiado bajo tierra como Bin Laden, o que caería sobre él una acusación imposible de remontar. Pero no. Assange fue detenido por la Justicia sueca por el abuso de dos mujeres que lo denunciaron: Sophia Wilen y Anna Ardin.

Rápidamente se abrió una brecha de debate sobre si aquello había sido o no un abuso, ya que ambas relaciones fueron consentidas y la razón de la denuncia caía en el hecho de que Assange se había negado a usar preservativo. El caso Wikileaks encontró un “atajo” para liberar el debate y una bruma se instaló sobre el hacker, que pasó de victimario a víctima. Twitter estalló de sentencias que en 140 caracteres resumían “Si Assange es culpable, todos los hombres debemos ir presos”.

El delito de violación o abuso, institucionalizado en su carácter de punible, se pasó en limpio como una verdad reversible: ¿es Assange un violador o ellas unas perras manipuladoras? ¿O el poder se vale de un crimen “muleta”? La blogger feminista Jessica Valenti escribió: “En EE.UU. hay una escasa comprensión del delito sexual. Bienvenido este caso para empezar a debatirlo”.

La presentación que hicieron los medios de aquellos abusos dice mucho sobre el discurso social acerca de las mujeres violadas. Se despliega un aparato disciplinador que empieza mucho antes de que una mujer llegue a ser violada, que se inyecta a las mujeres desde niñas y las convierte, en caso de ser abusadas, en víctimas destruidas que deberán callar o morir en el campo de batalla. Cuando la advertencia sobre la violación hace su despliegue, con todas las formas y normas que eso implica, hay una naturalización de la probabilidad que habla a los gritos del lugar que ocupamos las mujeres y de cómo lo ocupamos.

NACIDA PARA VICTIMA
Cuando Laura era chica, acostumbraba a ir a los juegos electrónicos. Allí se juntaba un grupito a ver cómo uno (un varón, claro) rompía el record del anterior jugador. Un día, mientras miraba al gran vencedor del PacMan, sintió que algo le tocaba la pierna. Pero estaba concentrada en el juego y había mucha gente alrededor. Cuando terminó, se fue caminando a lo de una amiga mientras percibía algo frío, y como se sentía pegajoso, pensó que era gaseosa. Cuando llegó a lo de su amiga, descubrió el líquido denso, casi seco, derramado sobre sus piernas. Le preguntó a la madre de su amiga y ella le dijo: “Te acabaron encima. Ya les dije mil veces que en los jueguitos les pueden hacer cualquier cosa”. Años después, en la quinta de otra amiga, juntas salieron a la calle y un grupo de varones les dijo: “Si nos muestran la concha, nosotros la pija”. Las chicas se rieron y mostraron la bombacha. Un adulto las vio y las llevó de los pelos de vuelta a la reunión familiar. “Si las hubieran violado, no hubiéramos podido hacer nada”, dijo alguien. Laura no se olvidó más de aquello de “no poder hacer nada”, como si el hecho de estar sueltas en el mundo como bambis suaves y sensuales las hicieran carne potable para que cualquiera las tire a su asador.

Desde la infancia se produce una operación simbólica por la cual las mujeres estamos preparadas para ser violadas. Más que preparadas, “avisadas” de que puede ocurrir. De que la pollera corta, el pelo suelto, los labios pintados o una caminata de madrugada son señales, más que de peligro, de que una quiere que la violen. Y que si eso ocurre, más vale que llegues a la comisaría bañada en sangre. “Las mujeres que después de denunciar tienen que ir al hospital porque se resistieron demasiado o pelearon, son un 15 por ciento del total que denuncia. La mayoría está en condiciones de subirse la ropa, y llegar por sí solas a la comisaría. Estarán más o menos despeinadas pero no tienen la ropa rota ni están llenas de sangre”, explica Zaida Gatti, coordinadora del programa Víctimas contra las violencias de la Oficina de la Mujer de la Ciudad de Buenos Aires.

“Si vas ahí te garchan seguro”, se decía de la frontera peligrosa de mi barrio. “Cuando vayan a bailar no tomen cualquier bebida: les pueden poner droga y violarlas sin que se den cuenta”, decían las madres. Variaciones como “no hagamos dedo porque seguro nos violan” entran en el cuadro de una posibilidad que se abre en otro margen de situaciones, mucho más inesperadas. Por lo tanto, la “educación” sobre el peligro de ser violadas no sólo es inefectiva sino que es disciplinadora: adónde ir, adónde no ir jamás, cuándo arriesgarse, cuándo mejor no hacerlo. Lo cierto es que hay más probabilidades de que una mujer sea abusada por un compañero de facultad en una tarde de estudio que por un encapuchado a la vuelta de un boliche. Si bien hubo casos de taxistas que llevaron pasajeras a los bosques de Palermo, es mil veces más posible que un padrastro, el primo del padre o el tío lejano (sólo por nombrar algunos parentescos) hayan abusado de una niña de la familia. De una misma. Muchas mujeres naturalizan el abuso, otras lo enmascaran bajo el “yo lo seduje y después me banqué que pase”, otras lo entierran en la memoria. Lejos de la violación de callejón que nos deja con la vida entre paréntesis, estos hechos ocurren habitualmente en ambientes que nos son cercanos e insinúan que allí donde había un cuerpo de mujer, podía haber un abuso. No es algo que viene desde afuera, está en el ADN de ser mujer. Y sobre todo, insinúan que allí donde hubo una risa, una palmada fuera de lugar o un abrazo intenso, el no retroceder femenino puede ser leído como un SI con mayúscula.

En Teoría King Kong, Virginie Despentes describe una violación propia y confiesa que el relato de una amiga, tres años después de su propia experiencia, la estimuló a poder llamar violación a su propio episodio. VD describe el mecanismo que se dispara cuando una mujer es violada, probablemente por uno o más hombres que, a su vez, no se sienten violadores. “Desde el momento en que se llama a una violación violación, todo el dispositivo de vigilancia de las mujeres se pone en marcha: ¿qué es lo que quieres?, ¿que se sepa lo que te ha sucedido? ¿Que todo el mundo te vea como a una mujer a la que eso le ha sucedido? Y de todos modos, ¿cómo es posible que hayas sobrevivido sin ser realmente una puta rematada? Una mujer que respeta su dignidad hubiera preferido que la mataran. Mi supervivencia, en sí misma, es una prueba que habla contra mí. Porque es necesario quedar traumatizada después de una violación, hay una serie de marcas visibles que deben ser respetadas: tener miedo a los hombres, a la noche, a la autonomía, que no te gusten el sexo ni las bromas. Te lo repiten de todas las maneras posibles: es grave, es un crimen, los hombres que te aman, si se enteran, se van a volver locos de dolor y de rabia. Así que el consejo más razonable, por diferentes razones, sigue siendo ‘guarda eso en tu fuero íntimo’. Asfixiada entre dos órdenes. Púdrete puta, como quien dice.”

Es el silencio la mejor opción si es que conseguiste salir viva de ese infierno, de ese trauma irrecuperable. Gatti cuenta que las frases más comunes de los familiares durante las denuncias son “pero viste, yo te dije, ¿para qué fuiste a ese lugar, vestida de esa manera?”, o “bueno, terminemos todo rápido, no hablemos más de esto”, o la madre que dice “justo a mí me tuvo que pasar esto”. Entonces las víctimas terminan haciéndose cargo de lo que le pasa a la familia, callando, dejando sus historias guardadas y negando la cadena más elemental de la cultura, que es la transmisión de la experiencia, y habilitando a que se infle el globo del mito, el relato inventado, la farsa. Despentes explica que no hay experiencia sobre la cual una persona no pueda recurrir a testimonios reales que lo alejen de los demonios: es la violación la única trama donde las mujeres aprendieron a silenciar, a favor de todo un sistema de cosas que mejor resguardar: “el sexo extranjero” como lo llama, al servicio de la verdadera potencia: el placer masculino, su necesidad de reafirmación en la violencia-violación.

UNA VICTIMA REAL
Alicia tiene 20 años y fue violada dos veces por un joven un poco mayor que ella en marzo de 2010. Estaba a dos cuadras de su casa, un domingo a la noche. Usaba el pelo corto, no tenía minifalda ni aceptó ninguna Coca-Cola adulterada. Sólo caminaba. El hombre se acercó y le dijo al oído, punzándola suavemente en la cintura: “Fingí que sos mi novia”. La llevó a las vías del tren, a una zona de pastos crecidos y sin iluminación pero tampoco la boca del lobo. El estaba bien vestido, no usaba gorrita ni le faltaban los dientes. Tenías las uñas impecables, recordó Alicia. Allí la violó dos veces. “Me decía que tenía un revólver, pero agarró una piedra y la tenía en la mano todo el tiempo. Me pedía que yo le dijera que me gustaba lo que me estaba haciendo y, cuando yo no lo hacía, me tiraba del pelo. No podía creer lo que me estaba pasando, pero lo único que quería era salir viva de ahí; entonces trataba de no moverme, no respirar y decir lo que él me pedía”, cuenta. Alicia hizo todo lo que su violador le dijo aun cuando él le aseguró que no quería hacer lo que estaba haciendo, por momentos jugó a los novios, incluso antes de irse la abrazó y le pidió perdón. Alicia hizo la denuncia y se sometió a los estudios de rigor en estos casos, pero el forense escribió en la causa “rotura de himen de larga data”. Se sometió al interrogatorio exhaustivo sobre cuánto conocía a la víctima, un modus operandi típico del cuestionario policial que intenta despojarse de falsas denuncias, cuando éstas sólo representan un 3 por ciento del total.

No fue la policía la que atrapó a su violador, fue ella misma, dos semanas después de aquel domingo, cuando se animó a seguirlo y a avisarle a un policía que él la había violado. Alicia no sólo se negó a dejar en manos de un aparato legal y policial que le puso el dedo en la frente porque no era virgen al momento de la violación sino que se negó a callar su experiencia. Volvió a la facultad, le contó a toda su familia la historia (logrando incluso que un primo relatara una violación oculta en su infancia) y siguió adelante. Los medios recogieron su testimonio desde el momento que la increíble historia cerraba con una coherencia impecable: Alicia habló de una experiencia horrible, pero se negó a decir que su vida estaba terminada y, conforme con eso, siguió saliendo a la calle, normalizando su rutina lo más posible. En ese trajín es que logró la detención del hombre que la había sometido y logró también revertir el estereotipo.

“La víctima que necesita la sociedad para creer en ella es una mujer que muestre que quedó desarmada, inútil, inválida, que quedó sin capacidades de respuesta, que quedó radicalmente a merced del otro. Y eso no le pasa a nadie, no le pasa ni siquiera a alguien que está dentro de un campo de concentración. Lo que suele suceder con las mujeres que atraviesan esa situación es que están todo el tiempo tratando de evitar males mayores, la muerte o un dolor físico muy profundo, entonces consienten la violación. Y eso es insoportable”, dice la psicóloga Inés Hercovich, autora del libro El enigma sexual de la violación (Biblos). Allí Hercovich recoge testimonios de mujeres que, con tal de salvar sus vidas, jugaron a las prostitutas, asintieron a gemir durante la violación y movieron la lengua en los besos forzados. Alguna le confesó que había tenido un orgasmo. “La idea de la violación está reducida a un cuento para chicos y en realidad es un proceso muy complejo. Yo seguí un caso increíble, había sido una violación violenta, en un descampado, y después el tipo se sacó la campera para que ella no tuviera frío, y le pidió el teléfono para volver a llamarla, entonces ahí están jugando un montón de situaciones que hacen que tu cabeza estalle. Al inicio, hay una buena dosis de manipulación en las estrategias del tipo, y en ese momento lo que va pasando es que, cualquiera sea la conversación, sucede al mismo tiempo de otras cosas que desmienten esa conversación, entonces por ejemplo él dice “te llevo a tu casa” pero toma un camino que no es el que va a tu casa. O te toca una pierna y vos te corrés, pero decidís no decirle nada, y a la tercera vez que te toca, por más que vos le digas algo, ya explota todo, porque todas las veces que vos decidiste no decirle nada, era un paso atrás que dabas vos y dos adelante que daba él. Es decir, se entra en una situación en que la mujer se siente culpable de haber llegado. Hay una maraña de sentimientos, de confusión, de dificultad para discriminar qué es lo que está sucediendo que la mujer queda muy debilitada. No la deja inerme, pero la debilita. En el momento del ataque, hay un rayo de luz, se borra el mundo, a pesar de que aparecen imágenes, de los hijos, del marido, de la madre o de la hermana, pero se borra el mundo y hay una concentración muy grande en lo que está sucediendo, hay como una necesidad de salir de esa situación de desconcierto, reconocer al otro, saber quién es en ese momento para poder manejar mínimamente la situación”, explica Hercovich.

En ese tratar de entender quién es uno, quién es el otro, qué está pasando, la idea de la vida siempre es la que prima. El instinto siempre es la supervivencia. En un escenario imaginario, las “no violadas” miramos a las violadas con temor, como si parecernos a ellas nos hiciera “un poco violadas” de antemano. De manera que una imagen devastada, arruinada y fuera del mundo es tranquilizadora. Los hombres también tienen una mirada para las violadas. Según Silvia Chejter en su artículo “La voz tutelada, violación y voyeurismo”: “Se imaginan goces pecaminosos allí donde generalmente hay terror, ausencia, no participación mental y un pensamiento dominante: escapar o preservar la vida o la integridad corporal. En la dimensión mítica del imaginario de los varones la violencia está tan ligada al goce femenino y a las facultades de potencia fálica que cuesta imaginar que la mujer violada no haya sentido placer en ser sometida. Y por esa brecha no sólo se filtra la sospecha, sino la picaresca del humor criollo (y posiblemente también de otros) en que la verdad de la víctima no podrá ser escuchada ni creída”.

Gatti retoma la idea a través de los empleados que atienden a las mujeres que sufren abusos sexuales, de las cuales el 80 por ciento acude directamente a la comisaría. La mayoría son hombres. Allí, un verdadero agujero negro en la formación de los y las oficiales que atienden las denuncias. La Oficina de Delitos contra la Integridad Sexual actúa en la Ciudad de Buenos Aires y recogió la experiencia capacitando al personal. “Las brigadas móviles de atención a víctimas de violencia sexual trabajan para que sostengan la denuncia. Sostener la denuncia significa que si voy a la comisaría y quien está del otro lado del escritorio no me cree, o me hace preguntas imprudentes, que revictimizan, esa persona no vuelve nunca más. Costó mucho trabajo hacerle entender al personal que las mujeres no llegan con la cara desfigurada, o que una prostituta también puede ser víctima de una violación, o una mujer casada que se anima a denunciar al marido. En esa brecha trabajamos nosotros, y después están las fiscalías, que tienen que dar lugar a las denuncias. A mí un fiscal me ha llegado a decir ‘yo les hago muchas preguntas porque el juez quiere escuchar lo más asqueroso posible, y de esa manera hay menos posibilidades de que llame a declarar a la mujer’. Yo para mis adentros me preguntaba ‘¿hay menos o hay más?’. Porque el morbo también se lleva su tajada en esta historia. Los casos que llegan a los medios tienen el condimento de la alevosía: María Soledad Morales, Natalia Melman, Fabiana Gandiaga, Nora Dalmasso, Jimena Hernández son sólo algunos nombres de trascendencia pública. Una violación a secas, de las que ocurren todos los días, de esas no hay noticias en los medios”. “La única actitud que se tolera es volver la violencia contra una misma. Engordar veinte kilos, por ejemplo. Salirte del mercado sexual, porque has sido dañada. En Francia no se mata a las mujeres violadas pero se espera que sean ellas mismas las que tengan la decencia de señalarse como mercancías deterioradas”, dice Despentes. En Argentina, las mujeres que sobreviven a una violación nunca son conocidas públicamente, su testimonio permanece silenciado, salvo por los trabajos mencionados, donde la experiencia de campo consiguió dar una dimensión más real a la naturaleza de un hecho que se pretende irreversible para conveniencia de todos.

Alicia, a contramano del estereotipo, prefiere alertar a otras mujeres: “Yo les diría a otras chicas que se cuiden de todo pero a la vez que no se cuiden de nada. Porque yo no cambiaría un solo paso de los que di esa tarde y al final del día tenía que volver a casa. ¿Qué vas a hacer? ¿Encerrarte a mirar la tele hasta que nadie te desee? Me parece un pésimo plan”.






El fruto del amor
Ciertas metáforas del lenguaje cotidiano que identifican a los hijos como “el fruto del amor” o “trofeo de guerra” llevan cifrada la cosificación de los miembros más débiles de la familia que como “la señora de la casa” están expuestos al ejercicio de la violencia del “jefe del hogar”.

Por Liliana Viola

“La palabra familia es una de las más usadas por los políticos en los últimos tiempos”, decía la escritora italiana Melania Mazzuco en el año 2002, y se estaba refiriendo a la hipocresía y a la necesidad de cohesión presentes en los retratos de la familia unida, la flia como célula de la sociedad de la era Berlusconi en sus albores. Lo decía en el marco de la presentación de su excelente novela Un día perfecto, en la que narraba las 24 horas previas a que un señor, recién divorciado, dos hijos y enfurecido porque la familia “se había hecho trizas” o, dicho de otro modo, la mujer se había mudado a la casa de su madre con los chicos luego de una golpiza, perpetrara el crimen tan temido. Matarla a ella. O llevarse a los niños. O llevarse a los niños y matarlos. Matar a todos, a la familia tipo en pleno. Porque lo suyo es para él o para nadie. Y suicidarse después. O no. Si la familia se disolvió, se desarmó, se desencastró, entonces el jefe de la familia patea el tablero, la maqueta de la felicidad y el orden dando una respuesta literal a todas esas metáforas: matar. Que se quede sola la mujer cargando con el recuerdo de la familia que ella rompió. La armonía que ya no se posee debe desaparecer en el cuerpo de sus integrantes, borrar toda huella. El hombre, en los relatos de estas historias reales, aparece cumpliendo una misión milenaria, “durante siglos se le ha confiado la defensa del grupo en contextos hostiles a los machos más belicosos; siglos organizando la vida social en su complejidad simbólica en torno de la figura del defensor, del guerrero, del conquistador, identificado con el Padre de la Patria, el patricio que es además, el pater familias, aquel a quien se someten los criados, los hijos, las mujeres” dice el politólogo de la UNED, Ramón Cotarelo.

La idea de derecho a la posesión no sólo de la mujer, que es un clásico sino también de “los frutos”, aparece con una brutalidad de caritas rubias y encima gemelas en este último caso del suizo asesino, con la contundencia de ese amor que todo lo posee y lo destruye. Mazzuco escribía su novela luego de haber seguido un caso real como periodista para el diario La Reppublica, su maestría reside en la reconstrucción de lo que queda afuera de esas noticias que con espanto leemos en los diarios, después olvidamos y a las que les falta una parte, donde la violencia es cotidiana. La noticia dice apenas el final: “El padre se suicida y deja una carta. Las maté, no sufrieron. Descansan en paz, en un lugar seguro, y ya nunca las volverás a ver”.

En aquella novela que luego tuvo su versión cinematográfica (Un día perfecto), menos feliz pero igual de contundente, la autora pretendía contar lo que les pasa a tantas familias que mutan, sin encontrar ninguna ayuda en un mundo muy duro. “Tras investigar la crónica negra de la historia, ni en el siglo XV ni en el XVI ni en el XVII no existía la idea de que un padre matara a su hijo y en cambio éste se ha convertido en el delito europeo de los últimos años” y “matar a un niño es como matar al futuro”, concluye Mazzuco.

El padre de las mellizas suizas desaparecidas, Matthias Schepp, dijo en una carta fechada el misma día en que él se arrojó a las vías del tren en la estación de Cerignola (Italia), el 3 de febrero, que las había matado mientras advertía a la madre que ya no las iba a ver nunca más. He ahí su venganza por un pedido de divorcio, según concluyen las noticias que fijan esta historia. El papá las nombra como “nuestras hijas”, usa el posesivo en la primera persona del plural que ya no podía usar sino en pasado. Porque las hijas siempre son nuestras, y “ahora ya no las podrás ver” dice la carta.

Muchos medios del mundo han encarado esta noticia haciendo referencia a la pasión y al amor. De hecho, familiares del asesino declaran para limpiar su imagen que se trataba de un “padre amoroso”, un padre que amaba muchísimo a sus hijas. Las amaba, por eso consultó páginas de Internet para buscar el mejor método de envenenamiento y por eso aclara en la macabra carta “que las nenas no sufrieron”. Un padre amoroso que se arroga el derecho de que sus hijas no sufran en esta vida ni vivan más. La relación entre amor y muerte no deja de aparecer en los relatos mediáticos.

El sábado 29 de enero, Schepp recogió a sus hijas de casa de su madre y el domingo avisó por sms que no las devolvía esa misma noche, sino que las iba a dejar el lunes por la mañana en la escuela.

Existe una web, prueba suficiente de que en Internet está todo y mucho más de lo que cualquiera podría llegar a soñar, dedicada exclusivamente al asunto “Divorcio”. Comenzó en 2008 como un blog, siguió como revista y hoy es un diario que sube noticias, reflexiones, historias amarillas, consejos legales y de otras disciplinas, todo sobre el divorcio. Como es de esperar, el caso del suizo merece la atención de los expertos y aluvión de comentadores. Los responsables de la publicación titulan: “El divorcio lleva a un empleado de la Phillip Morris a asesinar a sus hijas y a cometer suicidio”. El nombre ha sido remplazado por la ocupación del culpable y el divorcio aparece como el detonante. A continuación, los pormenores: “Su mujer le había pedido el divorcio un mes después de Navidad. Sin que ella lo supiera su esposo comenzó ahí a escribir su testamento ese mismo día y a investigar sobre venenos, armas y posibles modos de suicidarse”. Según los especialistas, no se trata de un caso aislado sino de un problema globalizado donde los divorcios se asocian con asesinatos y las cifras crecen a lo largo del mundo. La mayor parte de las veces son los hombres quienes cometen una serie espantosa de ejercicios violentos que incluyen la muerte y el sadismo contra todos los miembros de la familia. La nota, que incluye links con otros casos y otros análisis del tema desde diversos puntos de vista, reclama atención por un problema que va en aumento. Los comentarios, mientras tanto, muestran esa nostalgia por asociar suicidio con valentía, asesinato con capacidad de sentir más fuerte que otros, la glorificación del exceso, de la incapacidad de refrenarse. ¿Qué tendrá que ver la Navidad en esta historia? La glorificación de la familia y de sus ritos de seguridad siguen siendo la coartada perfecta.

EL MEGAFONO

Una de cada tres mujeres sufre violencia

Por Vital Voices y Avon Foundation *

Una de cada tres mujeres en el mundo sufre algún tipo de violencia en el transcurso de su vida. En Argentina, al menos, una mujer muere cada tres días como consecuencia de las agresiones de un varón de su entorno familiar: novios, esposos o ex parejas. Esto nos afecta de muchas maneras: amenaza a nuestras mujeres, afecta el crecimiento de miles de niñas, niños y adolescentes; provoca la destrucción de incontables familias, genera pérdidas millonarias en productividad y gastos en salud que influyen en la economía.

Vital Voices y Avon Foundation crearon este año la Alianza Global con el propósito de compartir experiencias y afianzar la colaboración para erradicar todas las formas de violencia contra las mujeres, también la violencia sexual y la trata de personas. La Alianza reúne delegaciones de quince países, compuestas por líderes de negocios, de los gobiernos y de la sociedad civil.

El programa que llevaremos a cabo incluye diversas actividades que apuntan a que nuestra sociedad tenga mayor conciencia sobre la gravedad de este fenómeno. Una de las principales acciones programadas será la presentación de una obra de teatro documental llamada Seven, que es una impactante realización basada en las inspiradoras historias de siete mujeres de diversa procedencia, víctimas de violencia, que superaron grandes adversidades y contribuyeron decisivamente, con su acción, al avance de los derechos humanos en sus países.

Las víctimas de la violencia de género están muy cerca nuestro. En general, están desorientadas y, seguramente, tienen miedo. Si tenemos información adecuada, podemos ayudarlas. Súmese a este movimiento global. Ningún organismo o sector de la sociedad puede solo resolver este problema. Es necesario que trabajemos juntos gobierno, sector privado y organizaciones sociales para crear un mundo más seguro para las mujeres, es decir más seguro para la sociedad en su conjunto. ¡Esto es posible!

* Para adherirse a esta campaña hay que mandar un mail a fundacionavon@avon.com
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