
Jauría de chacales acecha a nuestros Ángeles para que caigan del cielo y devorar su inocencia. No son fieras comunes, tienen aspecto afable, gentil, hasta cortés.
Andan buscando Ángeles desprevenidos, confiados, inocentes, tal vez los mejores que ya jamás podrán volver a volar porque estos perversos destrozaron sus sueños (sus alas) y embarraron sus vestimentas.
Ya no serán los mismos, no dormirán igual, ni se reconocerán frente al espejo. Pero lo peor es esperar el nuevo día donde habrá otro abuso, el mismo dolor, los olores ajenos que invaden, los ruidos, la respiración de la fiera que se acerca, se aproxima se abalanza.
Para volver a sufrir, a esperar mañana que se repita.
El ángel se pregunta ¿quien vela por mí?
Y no tiene respuesta… entonces es cuando calla, se anestesia, violaron su cuerpo y su alma”[1]
(Extracto de ponencia Dr. Daniel E Valenzano, APSA 2009)
La mayoría de los niños y niñas que están siendo o han sido víctimas de abuso sexual silencian sus palabras porque saben que sus guardianes no les creerían. Ellos han tratado de contarlo una y mil veces a través de su cuerpo, a través de su conducta y algunas veces con palabras que denuncian viscosamente la aberrante situación padecida.
Estos Ángeles se avergüenzan, culpabilizándose de esta situación. “No se lo cuentes a nadie, es nuestro secreto” es la frase más frecuente de los abusadores para lograr la complicidad con la víctima, frase que se condensa con las amenazantes “sí sé lo contás a tu mamá…”
El ángel cae preso, se queda sin alas, tiene un pacto obligado, si no lo cumple alguien o el mismo sufrirá las consecuencias. Para que esto ocurra sus cuidadores no escucharon, no/miraron los signos y señales. ¿Dónde estabas mamá? Se los escucha decir en el consultorio de mil y una maneras. ¿Como nadie se dio cuenta?
Hace muchos años atendí a una nena de 1 y 1/2 año. Moira recién comenzaba a usar las palabras. Sus papás consultaron porque la nena estaba muy agresiva, mordía y pegaba a sus hermanos. Presentaba un claro opocisionismo a las reglas tanto en la casa como en la guardería. Padecía terrores nocturnos que solo se calmaban cuando pasaba a la cama de sus papás. No quería comer o comía solo algunos alimentos, se la pasaba lloriqueando
Moira pudo contarme con juegos y señalándome su propio cuerpo y el de una muñeca bebé, la cruda y temible realidad de haber sido abusada.
Recuerdo que luego de varios encuentros con ella fui hasta su casa, en la provincia de Buenos Aires y me llevó al cuartito de herramientas de su abuelo “tata” para ella. Allí se despojó cruda y violentamente de su pañal y frotando sus partes más intimas dijo determinante” –tata, tata, tata, ashí-
En general cuando llega un niño a la consulta por sospecha de ser abusado, lo primero que uno desea es que esta sospecha no se confirme. La mayoría de las veces debemos confirmarla.
Abordar esta problemática genera angustia, no solo en la víctima sino en su entorno familiar. Los padres se sienten responsables de no haberse dado cuenta a tiempo y se culpabilizan unos a otros. En niños mayores en general, la culpa recae sobre ellos.
Cuando me refiero a abuso sexual infantil estoy haciendo referencia a un abuso intrafamiliar. El chico lo está padeciendo dentro de su ámbito de familia: familia nuclear, familia externa o amigos, conocidos o vecinos en quienes los padres o cuidadores depositan la confianza. El niño confía en estas personas con acceso y vínculo hacia niño/a y es libre de proyectar en estas relaciones los vínculos y fantasías incestuosas aunque no exista una relación de consanguinidad. Una de las variables más traumáticas del abuso sexual es que para el niño, estas relaciones son de orden incestuoso.
El abuso sexual se define como el sometimiento de un niño a través de un acto de coacción explícita o implícita, en experiencias sexuales reiteradas que responden a la búsqueda de satisfacción del adulto, no apropiadas para el desarrollo psicofísico del niño en tanto sus necesidades y capacidades evolutivas.
Muchas veces los que cuentan el abuso son adultos que se animan a relatarlo varios años después de haberlo padecido. El trabajo es el mismo, en ese adulto hay atrapado un niño abusado y buscará relaciones abusivas hasta no confrontarse con esa atroz realidad de su pasado que se actualiza. Para ese niño adulto, las manos de otro adulto solo pueden dañar. Es difícil que pueda confiar en otros adultos, a veces es imposible porque la situación es vivida como un total desamparo y se reedita en cada relación intersubjetiva.
Uno de los aspectos importantes a tener en cuenta es la cronicidad. El tiempo que el niño/a ha estado expuesto a situaciones de abuso sexual. Las imágenes que representan los relatos son siempre aberrantes “mi Hermano me sentaba sobre El y me movía, yo parecía una muñeca de trapo”. Relata Sofía, de 21 años. La diferencia entre el abuso sufrido solo una vez con padres que vociferan, denuncian y sentencian al abusador como un criminal, tomando las medidas necesarias de protección y contención tienen diferente pronóstico que el abuso reiterado y silenciado por el abusador, donde el niño/a se encuentra a solas privado de su capacidad de disentir o consentir. En está situación vive un doble desamparo el de quedar a merced del victimario, sintiendo que su cuerpo no le pertenece, que alguien se adueña de Él para flagelarlo una y otra vez y con la presión de guardar el secreto. Frecuentemente, el acto de violencia es descalificado como tal por el victimario, que le dice al niño: Esto lo hago por tu propio bien, no te puede doler tanto, te va a gustar, vos me provocaste.
Es así que a las defensas psíquicas utilizadas por la víctima se agregan mensajes por parte del ofensor. Si la familia o cualquier otra persona ante la cual el menor denuncia el abuso no le cree o no advierte, por otras señales, que tal abuso está sucediendo, se agrega, con su desmentida, un nuevo acto de violencia sobre su psiquismo. Para que una conducta pierda su efecto traumático debe ser calificada de tal.
En los casos en que el abuso ha sido olvidado por el niño/a, aislándose de su conciencia se instala en el aparato psíquico con la fuerza de los que han sido reiterados, porque la víctima generalmente ha sufrido otros episodios de violencia: maltrato físico y psíquico y otras experiencias sexuales traumáticas muy comunes, sobre todo en la vida de las niñas: miradas obscenas, palabras lascivas, encuentros con exhibicionistas y frotters.
Freud afirmaba que un trauma es un:
“Acontecimiento de la vida del sujeto caracterizado por su intensidad, la incapacidad del sujeto de responder adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos duraderos que provoca en la organización psíquica” (Laplanche).
Cuando el niño/a abusada se hace adulta, con su desmentida logra convencerse, muchas veces, de que el abuso no ocurrió. Pero no debe confundirse este proceso con la represión, porque con ésta, el resultado es que un pensamiento, una imagen, un recuerdo permanece inconsciente. En la represión la lucha es contra algo que proviene de uno mismo. En la desmentida, la percepción que califica como no existente proviene de un acontecimiento de la realidad externa: algo que ocurrió, no ocurrió. Así el propio yo queda dañado, porque se ataca su capacidad de reconocimiento y discriminación.
Este tipo de amnesia refractaria disponible para aniquilar acontecimientos traumáticos, se presenta a posteriori de un trauma psíquico y es muy común en el abuso sexual. Las personas que han estado expuestas a situaciones traumáticas pueden tener síntomas de disociación (sonambulismo, alteraciones de la memoria) y signos de estrés postraumático (imágenes retrospectivas, alteraciones del sueño, pesadillas), trastornos de ansiedad generalizada (fobias, desordenes de Pánico), depresión, anhedonia. Las personas que han sido abusadas durante su infancia no saben por qué se sienten así, o “son así”. Frecuentemente sus personalidades configuran “Estados de Trinchera” son personas que viven en estado de alerta, se muestran suspicaces y temerosos sobre todo de las relaciones. Los recuerdos del trauma están fragmentados en imágenes desconcertantes, olores, sonidos que los hacen dudar de su validez. La persona duda de sí misma, de lo que piensa, de aquello que recuerda y se siente mala, loca, anormal, enferma, complicada.
Beatriz consulta a los 45 años muy angustiada por sus fracasos en las relaciones amorosas y por ello la imposibilidad de tener hijos y formar una familia.
“No sé qué me pasa, no sé que me pasó pero siento que nunca estuve contenta, voy por la vida sin encontrarme me parece que una vez fui otra.”
“Recuerdo cuando era chica era la nena de papá, él me sentaba en su falda y pasábamos horas así, mamá mientras cocinaba. También dormía la siesta con papá, me cuenta mi hermana pero yo no recuerdo casi nada de mi infancia porque cuando quiero recordar es como si algo se me atravesara en la garganta y no puedo parar de llorar y me viene el olor a papá, olor a tabaco y alcohol y me da mucho miedo” “-¿Te conté que mi hermana fue abusada y nunca dijo por quién?
Beatriz como su hermana menor, fueron abusadas por su papá durante toda su infancia. La hermana se encuentra internada con un largo historial de adicciones y un diagnóstico de bipolaridad. Beatriz recordó el abuso a lo largo del tratamiento en pequeños fragmentos que fue tejiendo paso a paso.
En casos como el de Beatriz solo la posibilidad de pensar que el padre podría haberla dañado de esa manera era tan terrorífico que los escindió de su memoria, sosteniendo la imagen de un padre no abusivo y pagando ella con su imposibilidad de parejas y maternidad.
Aspectos a tener en cuenta al momento de realizar el psicodiagnóstico
El reconocimiento del abuso o la aceptación de la sospecha por parte del adulto responsable, diagnostica el grado de riesgo tanto como la convivencia con el ofensor y la capacidad de cambios en la organización familiar y el sostenimiento de los cambios.
Debemos evaluar el grado de riesgo del niño/a, su estado físico, edad. No siempre podemos entrar al proceso diagnóstico con la sospecha denunciada por un adulto una gran mayoría de veces los niños comienzan tratamientos con ciertas sintomatologías y en el proceso diagnóstico descubrimos que el niño a sido o está siendo abusado.
En este momento es absolutamente necesario apartar al abusador. Mediante el trabajo con el adulto responsable consultante o través de medios judiciales si es preciso.
La validación con el chico del proceso diagnóstico se desarrolla en un trabajo con el niño y su la familia. En este momento podemos solicitar interconsulta pediátrica.
La técnica de evaluación tanto como los materiales utilizados se eligen con relación a la edad del niño desde muñecos, hasta material literario
Necesitamos de la expresión gráfica y lúdica de acuerdo a las edades. Un niño/a abusado contará ante el observador atento jugando, dibujando o mirando una revista los episodios sufridos.
Debemos tener presente en que etapa del desarrollo evolutivo se encuentra, etapa psicosexual, fantasías propias de esa edad, temores y juegos propios de esa edad.
Por ejemplo un juego que suele aparecer en los niños/as abusados es que suelen desnudar a los muñecos y los hacen interactuar sin ropa o esgrimen relatos y juegos erotizados. Otras veces el niño/a se muestra muy inhibido y repite su juego incansablemente. Un niño/a abusado siempre quiere contar aquello que está viviendo. La sola oportunidad de escucharlo y creerle da la impronta para que nos muestre su padecimiento.
La evaluación del material (gráficos, juegos, verbalizaciones) está sostenida por las entrevistas con su familia. Recomiendo entrevistar a los padres juntos y de manera separada. No es lo mismo lo que una persona se anima a decir/contar a solas con un psicólogo que delante de su pareja o ex pareja según sea el caso. También se pude entrevistar a los hermanos y cualquier persona conviviente que pueda aportar datos o realizar entrevistas vinculares a fin de valorar el tema de relaciones, posiciones o roles de los miembros con relación a nuestro paciente.
En las entrevistas con los papás buscamos antecedentes históricos de los padres, estilo de vínculos incorporados, las identificaciones, modos de relación, que nos darán un perfil de estructura de personalidad.
Finalmente con todos los datos recabados, así como le preguntamos al niño/a ¿Alguna vez te pasó esto, alguien te hizo esto que le pasa al muñeco? En el momento adecuado también se lo preguntamos a los padres acerca de sí mismo y acerca de su hijo “ustedes creen que a su hijo pudo pasarle algo….”
Los datos aportados por la hora de juego y las entrevistas con los familiares no dejan lugar a dudas si el niño/a padece o padecido un abuso sexual a veces es más difícil que nos cuente quien es el abusador por los lazos de coacción con el victimario.
Una intervención en el momento adecuado, la posibilidad que pueda contarlo una y mil veces, el trabajo necesario para desculpabilizarlo, promoverá en el niño ó niña un camino distinto al mundo de relaciones con el adulto y un nuevo encuentro con su cuerpo.
Siempre les digo a mis pacientes y alumnos que el abuso infantil es “un disparo en la cabeza de un niño”. Como cirujanos del alma necesitamos abrir y limpiar hasta que no quede mas esquirla que la del recuerdo y que él mismo ayude a través del poder de la resiliencia a gestar nuevas potencias y creatividades. El abuso sexual nunca se olvida. El paciente aprende a convivir con ello tomando una nueva posición subjetiva. Deja de culpabilizarse y reintegrará esta vivencia a su vida psíquica responsabilizando a los únicos responsables: al victimario y los guardianes.
Como profesionales de la salud preferimos prevenir el ABUSO.
Nuestro deber como papás, maestros, familiares es poner atención. Una mirada responsable y sostenida, un buen par de orejas abiertas y ojos que miren profundo ayudarán a proteger a nuestros chicos.
Fuente: Libro Infanci@s y Adolescenci@s.Nuevos devenires clínicos
Sonia Almada y Col. Editorial Sarmiento-Bs.As,Argentina 2009
[1]. Extracto de ponencia Dr. Daniel E Valenzano, APSA 2009.
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