El bullying representa todo tipo de acoso, y se
puede manifestar en todos los ambientes sociales, fundado en el abuso de poder,
que en realidad tiene su origen en la envidia por parte de aquellos que padecen
algún tipo de desvalorización profunda e irresuelta desde su infancia, y que
les impide desarrollar aptitudes socialmente valoradas. Este tipo de acoso, que
se expresa a través de conductas amenazantes tendientes a provocarle algún tipo
de pérdida (material, física, afectiva) a aquel elegido como víctima, es
ejercido por aquellos que en realidad se defienden con este tipo de conductas omnipotentes que desarrollan para compensar
sus propios sentimientos de inseguridad.
Los acosadores saben que tienen algún tipo de poder (económico,
de mando o decisión, lazo afectivo) sobre sus víctimas, que en general se
caracterizan por ser individuos responsables, capaces, destacables y generosos,
hasta alcanzar, en algunos casos, sentimientos altruistas.
Así mismo, los
acosadores también gozan humillando y avergonzando a sus víctimas que
generalmente no se defienden con el mismo tipo de violencia que reciben, porque
son conciliadores y obedientes, y no creen que haya gente tan perversa y
egoísta, por no presentar la misma víctima ese tipo de sentimientos y
conductas.
Aquel elegido como víctima luce como una persona que
goza con lo que hace y vive, a la vez que se desempeña bien en sus tareas con
autonomía, mientras que el acosador por lo general es inepto y con escasa
voluntad para el esfuerzo y la iniciativa, por eso envidia hasta corromper o destruir totalmente a aquel que elige como adversario,
al que sólo cree poder vencer por la fuerza física o las amenazas de quitarle
aquello que lo hace feliz.
Los acosadores son egoístas, creen que todo les pertenece,
inclusive la vida del Otro. El acosador abusa de su poder porque usa o intenta
usar al Otro como si fuera un objeto, al cual sólo lo reconoce como ser vivo en
su capacidad de sufrir. Los acosadores son personas incapaces de sentir
empatía, son apropiadores de ideas, de trabajo, de objetos materiales, de los
afectos del Otro, de la vida del Otro, igual que los violadores que penetran en
el cuerpo de sus víctimas con la falsa idea
de poder usar su cuerpo como si fuera su propio cuerpo, en sus actos de locura.
Los acosadores no respetan las leyes naturales ni
las sociales. Viven confundidos en sus roles, y gastan su tiempo en investigar
las debilidades del Otro para atacarlo en ese aspecto. Este tipo de individuos
padecen un conflicto edípico incestuoso irresuelto, y pueden ejercer su acoso y
abuso de poder no sólo en los lugares de trabajo (contra compañeros o
subordinados) o la escuela (contra pares, compañeros de curso, docentes,
alumnos), sino también en el propio seno de sus familias (padres a hijos, hijos
a padres, entre hermanos, hijos contra parejas de los padres y a la inversa,
etc.).
Los acosadores son individuos que se sienten frustrados
pero que intentan por todos los medios ocultar sus falencias y debilidades
proyectándolas en Otros a través de su omnipotencia (abuso de poder), a modo de
chantajes, buscando aliados que se le asemejen en esas mismas carencias de
habilidades y destrezas laborales, profesionales, intelectuales y afectivas,
prometiendo algún tipo de beneficio en esa asociación contra la víctima. Pero
al final también serán traidores de sus propios camaradas.
Los acosadores son infelices, nada los satisface,
porque el vacío de afecto que arrastran desde su infancia, por no haberse
sentido amados por sus progenitores o cuidadores, los cegó en la envidia. Los acosadores
mienten todo el tiempo y acusan de sus propios errores a sus víctimas, y están
tan desvalidos que creen sus propias fabulaciones llenas de errores argumentales
porque la realidad es irrebatible. Si la víctima cede, renuncia y/o se enferma,
ellos buscarán otra víctima, y en realidad nunca dejarán de ser víctimas de sí
mismos porque viven autocompadeciéndose por lo que están convencidos que el
otro siempre les arrebata injustamente. Cuando quedan expuestos a la verdad y
se revelan sus mentiras, lloran de modo infantil inventando más mentiras. Son
peligrosos, pero el mayor riesgo lo corren ellos mismos de arruinarse y exponerse
a la condena social de ser rodeados sólo por in-válidos como ellos, relaciones
carentes de fidelidad y nobleza. Aparentarán ser exitosos, pero en la intimidad
saben la verdad de sus fracasos.
También debe considerarse bullying la actual crianza
de los hijos fecundados para la satisfacción personal de sus padres heridos en
su propio narcisismo infantil, padres que acosan a sus hijos exigiéndoles
exitismo en destrezas con las que puedan lucrar económicamente o que les
ofrezcan algún status social, que, por supuesto, no les pertenece. Roban hasta
la propia identidad de sus hijos, con la excusa de darles las oportunidades que
ellos no tuvieron (en realidad muchos las desecharon para no afrontar el
esfuerzo), los avergüenzan y presionan si otros los superan, les exigen brillar
por el brillo que a ellos mismos les falta; se apropian de la energía de sus
propios hijos. Son egoístas faltos de idoneidad hasta para crear su propia vida;
viven a través de los logros de los Otros. No respetan los deseos de terceros,
y desean todo lo ajeno. Nada los llena, nada disfrutan, todo lo envidian, y
todo lo destruyen.
El bullying puede
recaer en quien tiene éxito para destruirlo o en quien tiene un defecto, para
hacerlo depositario de los propios temores.
Así está el mundo, dividido entre los aptos elegidos
como víctimas y que deben aprender a luchar para no ser absorbidos por el
sistema perverso de estos acosadores que contaminan todos los ambientes desde
la vida intrauterina.
Dra. Ana María Martorella – MN 65353
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