Miércoles 21 de agosto de 2013 | Publicado en edición impresa
El acoso u hostigamiento escolar, designado en la actualidad con la voz inglesa bullying, alude a una forma de maltrato de carácter físico, psíquico o social que va aislando a la víctima, cuyos padecimientos pueden llevarla a tomar decisiones trágicas, que son sentidas como la búsqueda de una liberación.
El esquema común de esas conductas es que los agresores son más en número y más fuertes físicamente que la víctima elegida. Se trata, pues, de una relación asimétrica, distinta de los casos en que dos adolescentes de fuerzas y condiciones parejas discuten y se enfrentan.
El tema ha vuelto a quedar dramáticamente expuesto en nuestro país a partir de un hecho ocurrido en la Escuela Básica Nº 23 de Wilde, en la que un grupo de alumnos adolescentes, dentro de un aula, sometió a una paliza a un compañero que padece un retraso madurativo. El ataque a la víctima fue conocido por medio de un video tomado por un celular y subido a la Web por los propios victimarios.
Los atacantes fueron tres varones y una chica. El asedio, sin embargo, no era nuevo. Según denunció la madre de la víctima, su hijo fue maltratado en no menos de cinco oportunidades en la escuela, sin que intervinieran ni docentes ni autoridades, lo que es muy llamativo. Sólo medió un alumno, que intentó defenderlo.
Hay varios puntos para destacar y para tomar conciencia en este nuevo hecho deplorable. En primer lugar, que el escenario de la agresión fuese un aula en la cual los acosadores se movieron con total libertad. Además, el hecho de que la agresión haya sido difundida mediante un video que parece significar un modo de autogratificación de los agresores, deseosos de llamar la atención y de convertirse en líderes.
Es realmente penoso que situaciones como las descriptas se multipliquen en el país. La ONG Bullying Sin Fronteras señala que sólo en el último semestre y en escuelas de la Capital y de la provincia de Buenos Aires se han conocido 780 casos de acoso, cifra que alarma, más aún porque sólo algunos de los hechos de esta naturaleza se denuncian en tiempo y forma.
El abogado Javier Miglino, que conduce la citada ONG, ha destacado el gradual aumento de denuncias que, en los últimos cuatro años, creció un 30 por ciento, pero aún es insuficiente.
Por su parte, Unicef ha estimado que entre un 50 y un 70% de los estudiantes de América latina han sido acosadores, acosados o testigos de bullying. Cabe agregar que el llamado "acoso cibernético", que se produce a través de las redes sociales, ha contribuido a incrementar de modo exponencial las formas del maltrato y de intimidación. A veces, son meros gestos de desprecio, de poner apodos o de imitaciones que ridiculizan la imagen de la víctima ante un grupo; en otros casos, se procura manipular al agredido obligándolo a realizar actos por la fuerza, mediante amenazas o castigos.
El problema presenta, al menos, tres rostros: el de quienes acosan, el de quien padece el ataque y el de los que se sitúan como meros testigos. En los distintos roles inciden los climas que generan los antecedentes de desorganización familiar, las fallas en la educación, las disciplinas autoritarias, la violencia estructurada en áreas de la vida social y la influencia de ciertos mensajes que se transmiten mediante los medios masivos de comunicación.
Como lo han señalado numerosos especialistas, el camino de las soluciones reclama aunar la acción de los padres, la escuela y el contexto social. Los adultos y los menores de edad deben aprender a anticiparse a los conflictos mediante la prevención. Importa mucho el fortalecimiento emocional de los adolescentes, de su capacidad empática de saber ponerse en el lugar de otros y de aprender a afrontar situaciones ingratas y superarlas.
Lo inaceptable es que padres, docentes y autoridades ignoren o marginen de toda consideración una cuestión de este relieve, que puede dejar marcas gravísimas en la salud física y mental de los chicos..
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