La
lengua, Institución filiatoria.
En un artículo de posguerra
(1959) titulado “El milagro hueco”, George Steiner enuncia una hipótesis fuerte
y particularmente antipática para los alemanes embarcados en un renacimiento
milagroso posterior a la devastación con que finalizó la llamada Segunda Guerra
Mundial. Atendiendo a las relaciones entre el lenguaje y la inhumanidad, enuncia la muerte del idioma alemán.
Señala los gérmenes de la disolución: “en vez de estilo hay retórica”; “en vez
de uso común y preciso, jerga”; “extranjerismo y radicales foráneos dejan de
enriquecer el flujo sanguíneo de la lengua indígena”; “el lenguaje deja de
configurar el pensamiento para proceder a embrutecerlo”; etc.. Afirmando que el
idioma alemán no fue inocente de los horrores del nazismo, Steiner despliega
una idea que va más allá de considerar aquello que los alemanes le hicieron a
la lengua alemana: ubica en el idioma
alemán mismo exactamente lo que se necesitaba para articular el salvajismo nazi.
El planteo parece ser que el
nazismo se apropió del núcleo duro, inhumano, de la lengua alemana, y
extremando, que la barbarie nazi no hubiera podido surgir sino en lengua
alemana. Interesante y discutible afirmación que tiene la virtud de acercarnos
a la idea de la lengua como institución
filiatoria. Hitler y Goethe, ambos hijos de la lengua alemana en sentido
fuerte; cada uno de ellos apropiándose, a su manera, de la herencia dispar que
la lengua porta.
Steiner destaca por otro lado la
prevalencia en la lengua nazi de la terminología administrativa y científica
propias del laboratorio. El eufemismo se convirtió en la figura retórica por
excelencia. Sabandijas, piojos,
cucarachas, (bicho canasto, oso polar, nutria en su hueco, términos utilizados por ¿profesionales de la salud mental marplatense? para referirse sobre una colega y compañera a la que se le pide que sea solidaria con el resto del equipo de trabajo después de haber sido víctima de un concurso fraudulento para el cargo de jefatura , el 28 de septiembre de 2012) pasaron a nombrar a los judíos; solución final al exterminio de
millones de seres humanos. El eufemismo
- del griego euphemismós aplicado
al que habla bien – es considerado habitualmente una figura retórica destinada
a sustituir una expresión considerada demasiado violenta, grosera o malsonante.
El acento está puesto en velar, ocultar, algo que no se podría decir de manera
directa, descarnada.
Distintos intelectuales han
escrito sobre estas creaciones linguajeras de los nazis. Se puede considerar
que la verdadera función del eufemismo no es – o no es sólo – trabajar sobre
una expresión que se debe ocultar por descarnada, sino que consiste en advenir
al lugar de donde fueron erradicadas las marcas jurídicas que la lengua
vehiculiza, marcas que nombran de distinta manera lo subjetivo. En este
sentido, el discurso científico, biologicista y administrativo practicado por
el nazismo fue eufemístico.
En nuestro país - Argentina - el
discurso biologicista fue llamado a escena durante la última dictadura militar.
El llamado eufemísticamente proceso
tomó de la biología las metáforas más adecuadas a los fines de
desinstitucionalizar la subjetividad del considerado enemigo. El oponente ya no
era un transgresor, digno de castigo – como lo planteaba Kant – sino un virus,
un microbio enquistado en el cuerpo social, que se debía extirpar, suprimir.
Pasado el proceso, nuestra democracia transforma el discurso
biologicista en discurso economicista gestionario. Ya no se tratará de
extirpar por medio del bisturí de las armas, el cáncer subversivo que hace
peligrar el cuerpo social, sino que será ahora el mercado el que según los
parámetros de eficiencia y rendimiento dejará en el camino a los que no puedan
adaptarse a los cambios indispensables propios de la globalización. Un discurso
sucesor del otro.
En ambos el rechazo de las marcas
institucionalizadotas de lo jurídico. Lo jurídico se vuelve sólo instrumento
necesario a los fines de volver eficiente la economía: la corrupción debe
extirparse fundamentalmente por razones de economía ya que implica una suba de
costos que hace al modelo eficiente.
El eufemismo, entonces, motoriza
la suspensión de la función filiatoria de la lengua. Son precisamente las
marcas jurídicas de la lengua las que sostienen el lazo del sujeto a la Ley , produciendo el campo de
la responsabilidad. Es en estos términos que, creemos, debe entenderse la
afirmación de Steiner sobre la muerte del idioma alemán.
No nos parece ajeno a la práctica
del psicoanálisis – sino todo lo contrario – una política de la lengua que
ponga en tela de juicio los lugares donde se verifica lo que Legendre ha
nombrado como “el agotamiento de las prácticas filiatorias en Occidente”. Dicho
agotamiento no consiste sólo en la degradación utilitarista del discurso
jurídico, discurso filiatorio por excelencia, o en la degradación del sujeto,
sino, como planteábamos anteriormente, en un ataque a la lengua en su función
propiamente filiatoria y subjetivante.
Thomas
Mann
en su carta abierta al decano de la Universidad nazificada de Bonn dijo, después que
se le retirara su doctorado honorífico: “Grande
es el misterio del lenguaje; la responsabilidad ante un idioma y su pureza es
de cualidad simbólica y espiritual; responsabilidad que no lo es meramente en
sentido estético. La responsabilidad ante el idioma es, en esencia,
responsabilidad humana”.
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